Familias y médicos piden vuelta a clases plena en Uruguay

Un colectivo de familias con niños en edad escolar del sistema público uruguayo pidió al presidente Luis Lacalle Pou la vuelta a clases plena y conocer las condiciones para el próximo año lectivo.

Uruguay intenta seguir conteniendo la transmisión comunitaria del nuevo coronavirus y los focos de contagio siempre han estado en grupos bien controlados. El acumulado de casos en el país, uno de los menos afectados por la pandemia en la región, suma 3.245. Además han muerto 61 personas —mayormente con patologías crónicas previas— y cursan la infección 414 personas.

Desde hace meses, la vida adulta prácticamente es la misma que antes de la pandemia, aunque con actividades protocolizadas. No se permiten shows masivos ni aglomeraciones, pero crecieron los protocolos de seguridad para oficinas públicas y espacios cerrados. En lugares abiertos, la población hace uso de la “libertad responsable”, expresión insignia del gobierno uruguayo. A los extranjeros se les permite la entrada siempre que guarden cuarentena y presenten un hisopado negativo por un laboratorio validado por el gobierno uruguayo.

Uruguay vive una “estabilidad relativa”, una “situación muy favorable” dijo el jueves el doctor Rafael Radi, del Grupo Asesor Honorario Científico (GACH) de Presidencia, en conferencia de prensa.

Sin embargo, 338.000 niños de educación pública inicial y primaria son quienes más restricciones acumulan en su interacción con pares. Ni siquiera la población de riesgo ha visto sus posibilidades tan menguadas y simplemente fueron instados a quedarse en casa. En los colegios privados la vuelta a clases es plena, pero en la educación pública concurren a clase la mitad de los días.

Trastornos del sueño, sedentarismo, estrés, más horas de exposición a las pantallas, irritabilidad, ansiedad, miedo al exterior, debilitamiento de vínculos entre pares y con sus mayores, aumento de desigualdades y violencia contra niños y niñas fueron comprobados por familias, el GACH y UNICEF y varios especialistas.

La emergencia sanitaria declarada el 13 de marzo desorganizó la vida social infantil y los calendarios escolares. No hubo clases de marzo a junio, cuando comenzó una “semipresencialidad” que desde hace dos semanas es obligatoria, y si antes los estudiantes concurrían cinco días a la semana y descansaban dos, ahora es exactamente al revés.

Durante la emergencia sanitaria se observó “desvinculación educativa” de 7000 escolares, “alteración de hábitos” y “déficit en el aprendizaje”, según el Colectivo de Familias de la Escuela Pública en una carta que entregaron el miércoles al presidente Lacalle Pou.

Mateo Salazar Arriola tiene seis años y le faltan tres dientes. En 2020 debía aprender a leer y escribir con su maestra y compañeros de clase, pero no fue así. Su casa está llena de stickers que nombran puertas, ventanas, sillas, escalones, baño, lavarropas, otros artefactos grandes y varias partes de la casa. “Le costó aprender a leer comparado con mi hija cuando hizo primer año” dice Leticia Arriola, una madre de Montevideo que cría a sus niños con la sola ayuda de su madre, una maestra retirada que le enseñó a Mateo a escribir y luego a leer.

Ahora, cuando el niño sale a la calle, lleva libretita, un cuaderno o alguna hoja suelta que enganche su tabla sujeta documentos. También usa un libro de cuentos para apoyar su hoja en blanco, donde traza sus garabatos en letra mayúscula con lápiz HB, su preferido. A veces escribe la lista de los mandados que le dicta su madre y copia las mayúsculas de la cartelería publicitaria o incluso grafitis y le muestra a Leticia a ver si está todo bien o hay que hacer alguna corrección.

Leticia es arquitecta y ha hecho los malabares de toda trabajadora para cuadrar su profesión con la creciente carga de cuidado que requiere su hogar. En los primeros meses, su trabajo se vio resentido mientras debió afrontar el alza de varios productos de primera necesidad y de las tarifas públicas de los últimos meses. Con los niños en casa, debe preparar quince comidas que antes recibían de la escuela y ahora completan la mitad del mes en casa.

“Era otro presupuesto cuando no estaban. Sabía que cocinaba mi almuerzo para los cinco días porque ellos no estaban”, dijo a The Associated Press.

“Al estar más tiempo en casa generan más gastos” coincidió Natalia Cámara, psicóloga social, madre de un niño en edad escolar e integrante del colectivo de familias de la educación pública. Aunque pesan, la economía del hogar y los cuidados no son lo que más preocupa a estas familias, sino conocer las medidas concretas para el resto del año y el próximo.

“La escuela es un lugar de protección, socialización, cuidado y hábitos para fortalecer vínculos y aprendizajes, ascender socialmente y mañana conseguir el mejor trabajo posible. Evidentemente los aprendizajes están en crisis”, sobre todo en los contextos menos favorecidos. explicó Natalia.

La vuelta a clases plena encendió el debate la semana pasada en Uruguay porque varios médicos salieron a decir “nos equivocamos”, como Carlos Batthyány, director ejecutivo del Institut Pasteur de Montevideo.

“Hemos fracasado en poner al niño y la niña al centro”, lamentó hoy Pablo Cayota, director del Programa de Educación de la Universidad Claeh, en una actividad organizada por la Institución de Derechos Humanos sobre la presencialidad educativa.

“Estamos convencidos y seguros que los niños se enferman y transmiten poco”, dijo Radi, quien volvió a recomendar “una mayor presencialidad” reforzando el uso de máscaras, la sanitización y privilegiando actividades al aire libre. Sin embargo, el gobierno uruguayo sigue sin pronunciarse.

“El riesgo tiene que ser asumido y autogestionado por toda la sociedad. (…) No hay riesgo cero” advirtió Radi el jueves en conferencia de prensa.

Cuando se declaró la emergencia sanitaria “todo el mundo pensaba que cortando las escuelas se cortaban las transmisiones, pero pasaron los meses y lo que se conoce hoy es que los niños, sobre todo los menores de 12 años, no son los súper contagiadores que pensamos”, explicó a la AP Sebastián González Dambrauskas, pediatra intensivista y coordinador de la Red Pediátrica Latinoamericana.

“Todos sabemos que Uruguay es una isla de control sanitario. Nunca tuvimos una sobre carga del sistema asistencial. Todos los focos y brotes se controlaron, nunca hubo un desmadre sanitario ni asistencial. Uruguay no puede descansarse en los laureles. Acá empezó antes el fútbol profesional que el baby fútbol, abrieron los shoppings antes que la escuela. Estamos en una situación epidemiológica envidiable, bien ganada. Porque el gobierno tomó buenas medidas y la población las acató. Pero no nos podemos dormir en los laureles, Estamos en inmejorables condiciones para abrir las escuelas con mucha tranquilidad”, señaló el especialista.

En 238 días de emergencia sanitaria, los niños han visto cómo les precintaron los juegos de las plazas públicas que con los meses recuperaron. También cómo en la ciudad de Rivera, frontera seca con un descalabrado Brasil, los free shops que atraen cientos de turistas brasileños cada fin de semana permanecieron abiertos durante un rebrote hace dos semanas mientras que las escuelas permanecieron cerradas. De los 3.245 contagiados en Uruguay, 205 tenían menos de quince años y ninguno pasó por cuidados intensivos. No fueron nunca un caso índice y la mayoría fueron contagiados por adultos.

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