—Filósofo Vitriólico, ¿usted no encuentra hiriente la afirmación hecha por el autor de esta columna de que “la transición política, empresarial, sindical, parecería carecer de la solidez que tuvo en el pasado, cuando coincidió con el discurrir desde la tiranía hacia la democracia? Es como si la mediocridad y levedad quisiera apoderarse de todo”.

—Abimbaíto, el autor dice lo que ve con el propósito de perfilar un mejor país, por eso pone el dedo en la llaga. ¿Acaso te duele?

—A usted le gusta darle coba al jefe. Hable sin miedo.

—Abimbaíto, tu levedad es tan contagiosa como el coronavirus. Si no te apeas de un whatsapp, facebook e instagram, nunca llegarás a tener sustancia en tu criterio. La reflexión se nutre de acumulación de experiencias, vivencias, lecturas, cosidas en el pasar de los años.

—No me abrume usted, filósofo. Dígame si tiene sentido que Eduardo haya escrito lo que sigue: “En aquel entonces (post tiranía de Trujillo) existía un proyecto de nación democrática, libre, justa, ilusionante y compartido. Ahora los intereses particulares desdibujan los colectivos, una nebulosa envuelve el sentido de futuro y aquel proyecto corre el riesgo de agrietarse y romperse”. Es una acusación muy dura para todos aquellos, como usted y como yo, que vivimos en esta época.

—Es dura, sí; pero quizás merecida.

—Si usted no argumenta su respuesta, entonces el afectado por la levedad será usted, ¿no lo cree?

—Te lo explico, entonces. En esos años de los sesenta se respiraba romanticismo; cada cual se creía capaz de cambiar el mundo aun a costa de sacrificar su propia vida. De ahí los frecuentes brotes revolucionarios y las guerrillas. O el estallido estudiantil que proclamaba que la inteligencia debía ir al poder.

—Maestro Vitriólico, lo que no entiendo es su afirmación de que “en aquel entonces existía un proyecto de nación”; es como decir que ahora no lo hay.

—Abimbaíto, el proyecto de nación de aquella época consistía en consolidar las libertades y la democracia recién recuperadas e introducir sentido de justicia social en las políticas públicas para lograr un crecimiento económico compartido, inclusivo. La llave de todo se encontraba en el indispensable fortalecimiento de las instituciones. Lamentablemente se han debilitado por el afán de permanencia en el poder. El populismo se ha impuesto. Las grandes metas han quedado subordinadas al quehacer clientelar. Y el proyecto de nación lleva tiempo naufragando en el desconcierto.

—Maestro Vitriólico, usted pinta un panorama lúgubre, cuando el país requiere de luz intensa para iluminar el presente y hacer radiante el porvenir.

—Tienes razón. La nación está urgida de sentir esa radiación intensa. ¿Sabes una cosa? Solo podrá lograrse si desde las alturas se fijan objetivos básicos y se buscan y ejecutan soluciones contundentes sin caer en el error de las medias tintas.

—Maestro Vitriólico, las medias tintas tienen sus ventajas; hacen que el golpe sea amortiguado y no se resienta la popularidad.

—Abimbaíto, las medias tintas solo llevan a consumir el tiempo de los períodos presidenciales sin que al final puedan mostrarse resultados visibles. Surge la pérdida de credibilidad y se evapora la base social para efectuar reformas.

—Filósofo, ¿en que basa usted su criterio?

—Te doy un ejemplo: no ha habido manera de transformar al sector eléctrico. Se han colocado innumerables parches en las calderas pinchadas y en las distribuidoras infladas dizque para no afectar intereses colectivos, en el fondo para crear apoyo político clientelar y enriquecer a grupos económicos afines. El tiempo ha transcurrido con anuncios de mesas de consensos, reformas sin ejecutar y líderes condenados al olvido, a la intrascendencia.

—Filósofo, es grave lo que afirma.

—En contraste, aquellos estadistas que acometieron reformas, con rigor, ganaron capital político y dieron impulso de largo plazo a la economía.

—Entonces, ¿qué hacer ahora?

—Las nuevas autoridades tienen la oportunidad de utilizar las experiencias fructíferas y desechar las fallidas. Lo relevante es que creen en la necesidad de cambiar las cosas y lucen decididos y con coraje para hacerlo.

—Vitriólico, entonces, ¿por dónde empezar, luego de que se controle la pandemia?

—Por reconstruir el proyecto de nación. Consolidar la institucionalidad. Fortalecer la nacionalidad. Detener la inmigración haitiana. Flexibilizar el mercado de trabajo. Eliminar los déficits, sobre todo del sector eléctrico y del organismo monetario. Derivar el ahorro nacional hacia la inversión productiva. Expandir la base exportadora. Crear un sistema universal de salud. Elevar la calidad de la educación.

—Eso es demasiado, filósofo.

—Es lo imprescindible. Lo necesario es muchísimo más. Te lo digo luego.

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