Los asesinatos de los últimos días vienen a ampliar el número de mujeres muertas por sus parejas o exparejas, en una espiral de violencia que trasciende la relación para ensañarse con niños y ancianos.

Es noviembre el mes en el que se recuerda a las víctimas de la violencia machista e intrafamiliar y estos crímenes han venido a recordarnos que es imposible bajar la guardia y que nunca la sociedad hace lo suficiente para detenerlos.

Se habla de que la pandemia ha recrudecido los ataques, por el confinamiento o semiconfinamiento que han vivido las familias. La vigilancia continua habría impedido las denuncias, aunque estos casos no parecen entrar en este renglón.

Al horror del asesinato se une la tragedia de los huérfanos y el dolor inconmensurable de las familias afectadas.

Es el momento (una vez más) de detenerse a pensar qué más se puede hacer. Si es la vía legal, la de la educación, las dos juntas, las que darán un poco de esperanza a una sociedad que debe ya contemplar la violencia como un problema estructural.

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