Casi al mismo tiempo, en el sector de Capotillo de la capital dominicana el ministerio de Salud anunciaba un cerco epidemiológico para frenar rápidamente un brote de difteria de sólo tres casos y un fallecimiento. Capotillo no ha sido el único lugar que registró la presencia de esta bacteria que se aloja en las amígdalas, faringe, nariz, y hasta en la piel, y que resulta letal entre un 10 y un 50% de los casos. También, han aparecido brotes de difteria en Bangladés, Perú y varios estados de Venezuela. A inicios del pasado siglo, la difteria producía un millón de casos al año en el mundo, con unas 60 mil muertes cada año. Fue una de las mayores causas de muerte en los niños durante la primera mitad del siglo XX. En la década de los cuarenta, luego de numerosos intentos, se logró tener una vacuna de carácter triple, conocida como DTP, que inmunizaba a la población mundial contra tres males de esa época: la difteria, la tos ferina y el tétanos. Entre los cuarenta y los cincuenta, en el régimen de Rafael L. Trujillo se ordenó la vacunación general de la población, niños y adultos, con la DTP, por lo que millares de dominicanos llevamos en uno de nuestros brazos una seña de identidad con la marca que dejaba esa vacuna en la piel, para siempre. Desde entonces, desapareció la incidencia de esas enfermedades, aunque en algunos lugares la difteria continuó siendo endémica, como Rusia y Venezuela. De hecho, la vacuna preventiva se produjo entre 1890 y 1920, pero tardó en llegar a países no desarrollados como el nuestro entre los dos decenios mencionados.

¿Qué tienen en común la aparición de una nueva cepa de coronavirus en los visones de Dinamarca con el brote de difteria en Capotillo? El segundo caso demuestra que las epidemias nunca se van del todo y que a pesar de las vacunas resurgen en distintos lugares, se establecen casi definitivamente en otros para reaparecer en cualquier momento, pero la letalidad es mucho menor y ya se conoce la manera de enfrentarlas. Una vacunación selectiva en Capotillo, por ser hasta ahora el único sector de República Dominicana donde ha surgido este brote, terminará con la enfermedad, no afectará la economía de los afectados ni de sus habitantes, y la vida seguirá su curso normal en ese populoso barrio. El primer caso es grave, “muy grave”, llegó a sentenciar la primera ministra de Dinamarca cuando anunció la noticia. Muestra que el coronavirus sigue mutando desde hace diecisiete años, que a la vez que mata a los humanos provoca serias dificultades a la economía (los abrigos de visón serán desde ahora muy escasos y más costosos) y la que creemos más importante: los animales están vinculados totalmente con el surgimiento de las grandes epidemias durante siglos. Las enfermedades animales y las humanas son, en la afirmación del escritor científico norteamericano David Quammen, “hebras de un mismo cordón entrelazado”. La difteria es, empero, una enfermedad producida y contagiada entre humanos donde no interviene el reino animal.

En la ciencia se conoce como zoonosis el fenómeno de la infección animal que se transmite a humanos. En 1994 surgió en Australia una enfermedad zoonótica, llamada Hendra por la ciudad donde aparecieron los primeros casos. Las víctimas iniciales fueron caballos de purasangre, criados con extremo cuidado. A diario, aparecían varios caballos muertos. Pero, muy pronto, comenzaron a enfermarse y a morir los veterinarios y cuidadores de estos animales. Entonces, apareció otro virus, le llamaron Nipah, y resultó ser parte del mismo tronco familiar del Hendra. En este caso las primeras víctimas fueron los cerdos quienes a su vez los transmitieron a humanos. Pero, después de arduas investigaciones se comprobó que el verdadero causante de ambas epidemias era una especie de murciélago conocido como frugívoros. Ellos eran los huéspedes naturales y los caballos y los cerdos las víctimas que utilizaban para transferir su mal a los humanos. El ébola, la gripe española, la peste bubónica, la rabia, la enfermedad de Lyme, la fiebre del Nilo, el hantavirus, la fiebre hemorrágica de Marburgo, la gripe aviar, el tifus, el ántrax, el sida, el SARS, la COVID-19, y todas las gripes humanas son zoonosis. Un 60% de las grandes epidemias que ha sufrido la humanidad por siglos han sido causadas por animales. Quizá por esta realidad, la ciencia médica ha sido capaz de frenar las epidemias cuando se localizan sus huéspedes difusores y luego se determinan los huéspedes naturales. No ocurre tan rápidamente cuando los virus se producen en los mismos humanos, como ocurrió con la viruela, una de las epidemias más antiguas que sufrieron muchas civilizaciones, incluidos nuestros ancestros taínos y los aztecas. Cuando Hernán Cortés huía de la ciudad de México perseguidos por los aztecas, y estos estaban asegurados en la victoria, fue una epidemia de viruela la que impidió el triunfo de los indígenas. Se vieron obligados a detener su avance ante las muertes que se producían entre los suyos, lo que permitió a Cortés reagrupar a sus tropas y vencer a los aztecas. Pero, la viruela no fue exterminada hasta 1979 después de siglos de padecimiento y muerte, siendo la única pandemia eliminada por vacuna. Otras epidemias como el cólera la provoca el agua contaminada y no ha podido ser erradicada, o como la difteria que como la tuberculosis y el coronavirus se propaga por las gotitas que salen de la nariz de una persona infectada, generalmente asintomática, por la tos o el estornudo. Casi todas las epidemias tienen síntomas comunes, con ligeras variaciones: estado gripal, fiebre, tos, dolores en el cuerpo, dolor de cabeza, sangrado, neumonía, diarrea y vómitos.

Gorilas y chimpancés, moscas, mosquitos, piojos, perros, coyotes, zorros, mapaches, garrapatas, roedores, cerdos, aves, vacas, conejos, camellos, antílopes, cabras, pangolines y por supuesto murciélagos, han provocado epidemias que han matado a millones de personas durante siglos. Pongamos sólo cuatro ejemplos: la gripe española, entre 40 y 50 millones; la peste negra, 25 millones en Europa y 60 millones en Asia y Africa; el ébola, aún activo, lleva 12 millones, y el SIDA llevó a la tumba a 35 millones y sigue siendo letal: en 2019 murieron 690 mil personas. Los murciélagos y primates se llevan las palmas a la hora de contagiar a los humanos. Existen 1,200 especies de murciélagos y de estos no es el mismo el que originó el Hendra o el que dio nacimiento al coronavirus. De todos modos, la COVID-19 es la menos letal de las grandes pandemias a pesar de ser la más global de cuantas se han originado. Hasta mediados de esta semana se habían contagiado 51 millones de personas, 33 millones se habían recuperado y sólo 1 millón 270 mil han fallecido, en casi un año de existencia pues ya para diciembre en China se conocía la enfermedad y sus peligrosas consecuencias. Todas las esperanzas están colocadas sobre vacunas rápidas y milagrosas. El conocimiento de la historia de las epidemias parece confirmarme que la COVID-19 prevalecerá. Como las epidemias anteriores, irá disminuyendo su agresividad. Una vacuna probablemente la frene. Ojalá ocurra como la viruela. Pero, la OMS cree que será endémica. Se quedará a vivir con los humanos, como el cólera, como el ébola, como el SIDA, como otras tantas. Y la vida volverá a su curso normal, al de siempre, no a una nueva normalidad (clisé romántico puesto de moda), sino a la normalidad cotidiana de los humanos que si miramos bien a nuestro alrededor y más allá eso es justamente lo que estamos haciendo todos desde hace rato. Al fin y al cabo, no sólo en política sino en medidas sanitarias y en disciplina ciudadana, Europa y Estados Unidos se inscribieron durante la actual pandemia en la lista de países subdesarrollados. Como nosotros.

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