Pasan ocho meses en una isla y regresan a un mundo desconocido

El coronavirus apenas asomaba en febrero cuando cuatro personas zarparon hacia uno de los sitios más remotos del planeta, un pequeño campamento en Kure, una de las Islas Hawaianas de Sotavento, que no está habitada.

Allí, a más de 2250 kilómetros (1400 millas) de Honolulu, vivieron totalmente aislados por ocho meses, trabajando en proyectos para restaurar el medio ambiente de la isla. Quedaron completamente desconectados del mundo en una estrecha faja de tierra entre Estados Unidos y Asia. No tenían televisión ni acceso a la internet y solo recibían información a partir de mensajes de texto satelitales y ocasionales correos electrónicos.

Ahora regresaron, reincorporándose a una sociedad que les parece ajena, muy distinta a la que dejaron. Deben acostumbrarse a usar tapabocas, a quedarse adentro y a evitar abrazos y estrechones de manos cuando se ven con amigos.

“Nunca vi nada como esto. Empecé a leer el libro ‘The Stand’ de Stephen King, que es sobre un brote de una enfermedad, y pensaba, ¿será así cuando volvamos a casa?’”, comentó Charlie Thomas, uno de los cuatro integrantes de la expedición. “Todas estas precauciones, estas cosas… gente enferma por todos lados. Fue muy extraño pensar en esto”.

La expedición fue parte de un esfuerzo del estado hawaiano por preservar el frágil ecosistema de la isla de Kure. El público no tiene acceso a ninguna de las Islas de Sotavento.

Kure es la única isla del norte del archipiélago administrada por el estado hawaiano. El resto son jurisdicción del gobierno federal. Sede de una vieja base de la Guardia Costera, el atolón tiene abundancia de aves marinas, de focas monje en peligro de extinción y de arrecifes de corales llenos de tortugas marinas, tiburones tigre y otras especies marinas.

Dos equipos van todos los años, uno en invierno y el otro en el verano. Su misión principal es eliminar las plantas invasoras y reemplazarlas con especies nativas, así como limpiar las redes de pesca y los plásticos que llegan a la costa.

Antes de partir, generalmente se pregunta a los expedicionarios si quieren recibir malas noticias cuando están en la isla, según Cynthia Vanderlip, supervisora de los trabajos en Kure.

“Unas pocas veces al día hacemos llegar correos electrónicos para que la gente se mantenga en contacto con familiares y amigos. Eso levanta la moral”, dijo Vanderlip.

Thomas, el integrante más joven de la expedición, de 18 años, pasó su infancia en una playa en Nueva Zelanda y está muy familiarizado con las aves marinas y otros animales. Terminó la secundaria un año antes para poder tomar su primer empleo con una organización abocada a la limpieza de las costas. Luego se ofreció como voluntaria para la temporada veraniega en el atolón de Kure.

La expedición fue la primera vez que se alejó de su casa por tanto tiempo, pero no veía la hora de hacerlo.

“Estaba harto de las redes sociales, todo lo que pasaba me molestaba”, expresó. “Me alegré de deshacerme de mi teléfono celular, de desconectarme de todo. No necesito estar al tanto de todas las cosas horribles que suceden”.

Cuando Thomas viajó de Nueva Zelanda a Hawái, no recuerda que hubiese habido casos de COVID-19 a su alrededor. Para cuando partió de Honolulu hacia Kure, el virus “empezaba a hacerse ver” en las islas.

“Eran cosas que uno ve por televisión”, señaló.

Ya en Kure, costaba hacerse una idea de lo que sucedía en el mundo.

“No sabía qué pensar porque nos daban diferentes respuestas a las preguntas que hacíamos”, indicó.

Thomas está ahora en cuarentena en un hotel de Auckland, donde vive con sus padres, su hermana y un perro llamado Benny. Dice que extrañará los abrazos “y las reuniones con cinco personas en la playa para cenar”.

Uno de sus compañeros en la isla fue Matthew Butschek II, quien dijo que se sintió muy solo al enterarse de dos muertes.

Su madre le informó vía email que su hermano había afallecido. Butschek dijo que su tío ya estaba enfermo antes de la pandemia y que no estaba seguro de si el COVID había incidido en su muerte. Pero no pudo estar con su familia en ese mal momento.

Posteriormente, Butschek, quien tiene 26 años y vive en Dallas, se enteró de que uno de sus mejores amigos había fallecido en un accidente automovilístico.

“Me acuerdo que cuando leí eso pensé que era una broma, hasta que me di cuenta de que no lo era. Se me aceleró el corazón y me costaba respirar”, relató.

“Me tomé una cerveza por él y me acordé de las cosas que vivimos juntos”, declaró.

Estando todavía en cuarentena a su regreso, dice que vio por una ventana niños que jugaban en la calle con barbijos en la cara. Le hizo pensar en películas apocalípticas.

“No es normal para mí, pero todo el mundo dice que sí, que esa es la nueva realidad”, manifestó.

Al frente del grupo de Kure estuvieron la bióloga marina Naomi Worcester, de 43 años, y su pareja, Matthew Saunter, quienes viven en Honolulu.

Worcester visitó la isla por primera vez en el 2010 y ha regresado todos los años desde entonces.

Dijo que estando en la isla, las noticias tardan en llegar. Si es que llegan.

Hace unas pocas semanas, el grupo partió de Kure y pasó unos días en el atolón de Midway. Un día, estando sola, prendió el televisor.

“Creo que estaban en medio de la Serie Mundial”, declaró, aludiendo a la serie final del campeonato de béisbol de Estados Unidos. “Alguna gente tenía tapabocas, otros no. Y alguien dio positivo en medio del juego. ¡Fue demasiado!”.

Worcester teme por el impacto que pueda tener la pandemia en su país, Estados Unidos.

“Tú sabes, nuestro país está muy dividido… Está este temor subyacente en relación con el futuro y cómo responderá la gente”, expresó.

Saunter, de 35 años, visita Kure desde el 2010, en que conoció a Worcester. Desde entonces son pareja y siguen viajando a la isla. Supervisan las expediciones desde el 2012.

Dice que después de tantos años en la isla, al frente del grupo, el aislamiento no le molesta. Y cree que las aptitudes que desarrolló en la isla lo ayudarán durante la pandemia.

Para empezar, hay que abordar los problemas de frente y controlar las emociones, afirmó.

“A veces las emociones te traicionan y todos lo pagan. Me parece muy irresponsable”, manifestó. “Si nos hubiésemos tomado todo más en serio y hubiésemos sido más precavidos, hubiéramos controlado esto”.

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