Aumentar el número de casas de acogida para mujeres en peligro (o agredidas) era una necesidad y el plan de sumar diez más es un gran paso.

Hay que entender que salir de una situación de violencia intrafamiliar requiere de un valor que no es poca cosa. Hay que enfrentarse al propio miedo a estar sola, al miedo al agresor, a la incomprensión e incluso críticas de la familia, a la incertidumbre de los hijos, al desamparo económico la mayoría de las veces.

A no saber qué hacer con la propia vida.

En las casas de acogida debe recomponerse el cuerpo y el alma. Fortalecer el espíritu. A veces aprender un oficio, a menudo sanar heridas físicas y siempre anímicas. Esa transición hacia la libertad debe estar acompañada por personal muy preparado. No se puede dejar ese aspecto en manos inexpertas que puedan revertir el proceso, hacer que la mujer dude de su potencial, retroceda en su decisión.

La que se atreve a romper el vínculo con el maltratador es una mujer frágil por lo que ha sufrido y fuerte por lo que ha decidido enfrentar.

Termina la semana del año en la que más se habla de la violencia contra la mujer, por aquello del 25-N. Para muchas todo sigue igual después de los reportajes, las declaraciones, las entrevistas y los manifiestos.

La tristeza profunda de una mujer que vive en su casa el peligro constante es desgarradora. La impotencia de no saber cómo ayudarla, cómo se acierta, cuál es la vía más segura es la tragedia de muchas familias.

Es una buena idea aumentar las casas de acogida y muy oportuna en este año de tantas muertes.

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