El pragmatismo del político dominicano es proverbial, debido a que camina con los acontecimientos y muy pocas veces desafía la corriente. En su formación subyace la rigidez de criterio y la intolerancia y en su cultura hay mucho de sinuosidad y simulación. No pierde tiempo en malograr cualquier disidencia, pero se ufana de tener vocación democrática y solidaridad humana. Es camaleónico y, como buena ranchera mexicana, se canta y se llora. Confiado en la corta memoria del pueblo, promete y no cumple. Lo que da mucha pena, de cara al futuro, es que ese tipo de espécimen proviene de una escuela de la que aprende también la nueva generación, en la que se observan las mismas malas artes y mañas del político tradicional.

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