“Es un lugar fantástico. Un paseo en el tiempo”. La británica Munazza Chamdhary lo escribió el 30 de noviembre de 2007 en el libro de visitas del pequeño museo de Habban, en la céntrica provincia de Shabwa, uno de tantos poblados de Yemen que han quedado vacíos y sumergidos en la pobreza. Las latas de leche en polvo y tomate en conserva de los tiempos en que fue una colonia británica comparten polvorientas estanterías con jofainas autóctonas en el centenario edificio de adobe. Hace tiempo que se fue la última turista, las páginas del libro quedaron en blanco y ahora los niños rompen a llorar cuando ven a una extranjera.

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Torturas en las cárceles secretas de Yemen

Las denuncias de torturas y desapariciones se apilan en las cortes yemeníes, saturadas hasta tal punto que los civiles recurren a los líderes tribales como mediadores en la búsqueda de justicia y compensaciones económicas. La ONG Human Rights Watch ha identificado hasta 11 prisiones secretas regentadas por los Emiratos y los saudíes. Los supervivientes también acusan a las fuerzas regulares y secesionistas yemeníes de mantener centros ilegales de detención donde los testimonios de abusos sexuales se multiplican.

Por dos de estas temidas cárceles, la de Ryan, en la costera localidad de Mukallah, y en la de Balhaf, al sur de Shabwa, ha pasado Salem al Rabizi, de 23 años. Desapareció el 10 de junio de 2019 cuando las fuerzas de élite yemeníes entrenadas por los Emiratos -conocidas como las Nujba- se lo llevaron esposado. “Escribió un mensaje crítico con los EAU en Facebook”, explica su hermana Shaima, de 22 años, que junto con su padre Awad Ahmed, de 52 años, se ha lanzado en un interminable peregrinaje en busca del primogénito de seis hermanos. Con los ojos acuosos relatan cómo un mensaje de Salem en el buzón de voz les devolvió la esperanza al saberlo con vida. Han removido cielo y tierra hasta localizarle en la prisión central de la comarca oriental de Hadramouth. Enarbolan una ristra de peticiones emitidas por el Gobierno de Shabwa exigiendo su liberación que se antojan papel mojado en el pedazo de Yemen secesionista donde el centro penitenciario responde a las órdenes de los Emiratos. “Nos han robado el país [por saudíes y emeriatíes]: no podemos pescar en nuestros mares, ni usar nuestro petróleo ni aeropuertos y ni siquiera podemos visitar a nuestros familiares en unas cárceles ilegales”, protesta impotente Ahmed.
Por la prisión secreta de Balhaf también pasó un joven de 26 años que elige Odey como pseudónimo. Relata con voz pausada la sucesión de torturas que vivió en sus carnes con los ojos vendados y a manos de “hombres con acento saudí y emiratí”. Le acusaron de colaborar con la rama local de Al Qaeda. Descargas eléctricas, simulacros de ahogo, privación del sueño o largas horas colgado con cadenas del techo son algunas de las escenas que alimentan su sed de venganza contra los EAU: “Nos equivocamos al dejarlos entrar en el país, no eran los huthi sino ellos nuestro mayor enemigo”.

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