Hoy el magistrado presidente de la Suprema Corte de Justicia, Luis Henry Molina, estaba llamado a presentarse ante el Senado. Una comparecencia que debería ser tratada con normalidad, puesto que no hay nada que impida que el Poder Legislativo pregunte lo que tenga que preguntar.

La visita ha sido suspendida y nos quedaremos sin saber qué querían saber sus señorías, en un momento en que el tema judicial despierta intrigas de las malas y un interés del bueno.

Además, el domingo se celebran las elecciones para el Colegio de abogados. Un cuerpo de solo 8,000 miembros de los más de 70,000 profesionales que ejercen en el país y a cuyas elecciones no suelen concurrir más de 3,000 votantes.

Pero el Colegio de Abogados recibe cerca de 8 millones de pesos al mes, y eso explica el interés y que circulenlas denuncias de corrupción y auditorías que deberán ser tomadas en cuenta por las autoridades correspondientes. Si alguien conoce la ley y sus vericuetos son los abogados; no debería ser difícil tener las cuentas claras.

El sentido y el valor de los colegios profesionales está totalmente desvirtuado. Sus relaciones con los partidos políticos, sus amarres con las autoridades de turno y las ventajas extracurriculares que suelen obtener sus dirigentes explican la pasión con que se viven las elecciones de estos gremios y lo poco que se les oye el resto del periodo. El trabajo que deberían hacer para sus respectivas profesiones es, en estos tiempos de cambios vertiginosos, inmenso y variado.

Quizá se animen a repensar su función.

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