“Escuelas en la acera” para niños migrantes centroamericanos

Todo empezó de una forma muy sencilla, con una escuelita improvisada en la calle, en la que se enseñaba a leer, escribir, matemáticas y arte a chicos centroamericanos que vivían en un campamento para personas que quieren asilarse en Estados Unidos, varadas en la frontera, en territorio mexicano.

Igual que tantas otras escuelas, esta “escuelita de la acera” tuvo que apelar a la internet al surgir la pandemia del coronavirus. En lugar de sufrir con el cambio, la escuela creció y contrató a una veintena de maestros-todas personas que buscan asilo-para dar clases vía Zoom a los niños centroamericanos del campamento y también a los de varios albergues y departamentos para migrantes de otras partes de México.

Maestros y estudiantes recibieron más de 200 tabletas de Amazon que les entregó The Sidewalk School for Children Asylum Seekers. La organización fue fundada por Felicia Rangel-Samponaro, quien vive del otro lado de la frontera, en Brownsville, Texas, y la cruza constantemente para llevar comida y libros a las personas que buscan asilo.

Rangel-Samponaro, de 44 años, dijo que para comprar las tabletas usó dinero propio y recaudó fondos, incluso a través de una campaña de GoFundMe. Indicó que sintió que debía hacer algo porque el gobierno estadounidense había trastornado la vida de los que buscan asilo.

“Este es un problema de Estados Unidos”, expresó. “Nosotros creamos esto. Somos los que permitimos que esto continúe. Esto es responsabilidad de los ciudadanos estadounidenses”.

Una política del gobierno de Donald Trump obligó a las personas que buscan asilo a esperar del lado mexicano de la frontera que las autoridades estadounidenses procesen sus solicitudes.

Miles de familias centroamericanas viven en carpas o albergues mexicanos. En el pasado, se permitía a las personas que pedían asilo permanecer en Estados Unidos, con familiares u otros patrocinadores, a la espera de que se procesaran sus pedidos.

Muchos llevan más de un año esperando, con sus vidas en un limbo. Y las esperas se agravaron cuando el gobierno estadounidense suspendió las audiencias del servicio de inmigración relacionadas con los pedidos de asilo debido a la pandemia.

Las clases dan a los chicos no solo la oportunidad de no retrasarse sino también les permite distraerse, evitando el aburrimiento de los días inacabables en el campamento.

Un viernes reciente por la mañana, Gabriela Fajardo dictó una clase vía Zoom sentada en un balde invertido en un pasillo de un pequeño edificio de departamentos copado por personas que buscan asilo, que han conseguido trabajos que les permiten irse del campamento de Matamoros y pagar un alquiler. Se habían conectado varios niños centroamericanos que están viviendo en Ciudad Juárez, unos 1.315 kilómetros (830 millas) al oeste de la frontera con Texas.

“Recuerden, ‘hello’ quiere decir ‘hola’”, le dice en español a un chico llamado Jeremy, pronunciando las palabras cuidadosamente, con su tableta apoyada en una mesa de madera. “‘Good morning” es “buenos días”. Tendrán que hablar inglés allí (en Estados Unidos) porque si no, nadie los va a entender en español, solo su madre”.

“Por eso comparto con ustedes lo poco que sé”, expresó esta mujer hondureña de 26 años, que está varada en México, lo mismo que sus alumnos.

El muchacho le dio una respuesta entusiasta. “OK, entonces aprenderé inglés. Tengo que halar en inglés”, le dijo, aunque todavía hablando en español.

Fajardo soltó una gran sonrisa y siguió con la clase.

La hondureña es una maestra de escuela primaria que se fue de su pueblo con su hijo después de recibir amenazas porque su hermano es un policía. Ya lleva un año y cuatro meses en México, esperando que Estados Unidos procese su solicitud de asilo.

El poder enseñar, que es su pasión, le hace sentirse útil. Dijo que le molesta ver que los niños no pueden estudiar.

“Noto que hay chicos ya creciditos que no saben nada”, comentó. “Un chico necesita empezar a aprender a leer y matemáticas a los seis años”.

Fajado se fue de su país en busca de una vida mejor para ella y su hijo.

Pero mientras espera en esta ciudad fronteriza plagada de delincuencia, se siente agradecida de poder dar clases a tantos niños cuyo futuro es incierto.

“En la universidad me enseñaron que la razón por la que hay que recibir una educación es para poder educar a otros”, expresó. “Eso me alienta”.

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