No me monto en el festivo y raudo carrusel de la actual oleada anticorrupción, convencido de que toda persona se presume inocente hasta que exista una sentencia firme en su contra. Además de que hay un derecho fundamental: el que tiene toda persona a ser oída de manera pública por un tribunal. Pero si algo positivo tiene el ruido del antipulpo, es que les envía un mensaje a los que desde la majestad del poder, que es avasallante y con fulgor que alucina, creen que viven en la antesala del reino de los cielos y que no son seres de carne y hueso obligados a rendir cuentas. Las dulces mieles del poder son buenas, pero tienen de malo que desconectan de la realidad y hacen olvidar el amargo sabor de la cotidianidad de la vida.

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