Si no hubiera sido por toda la polémica organizada —organizada por Donald Trump— en torno a las elecciones, el recuento, la proclamación de resultados y lo que vendrá, las reuniones de ayer del Colegio Electoral estadounidense hubieran pasado prácticamente desapercibidas. Una ceremonia curiosa y simpática, una reliquia del pasado, un anacronismo prescindible o un detalle con el que enriquecer —o rellenar, que de todo hay— las crónicas electorales un poco como se explican los cuartos antes de las doce campanadas de Nochevieja: “Hay que recordar que en estas elecciones no se elige directamente al presidente, sino a un colegio electoral que…” Vamos, que hay quien lo considera un trámite simbólico. Y como nos hemos zambullido en un modo de pensar en el que lo simbólico es un engorro desechable puede parecer que en condiciones normales aquello no tiene valor. Pues no.

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