Inmensa es la satisfacción que escapa de sus pequeños rostros. Mantener el equilibrio en dos ruedas, poder impulsarse con los pedales disfrutando la libertad de zigzaguear es para un niño una experiencia extraordinaria. Debería ser obligatorio regalar ese disfrute a cada niño. Primero como un juego a practicar solo o con amigos, la bicicleta se convierte en el medio idóneo para expandir su territorio, con beneficios múltiples para su desarrollo personal: físico, síquico y social. No es casual que el amor al ciclismo perdure o reaparezca en la adultez como diversión colectiva y para la salud. Desde hace tiempo observamos el fenómeno, aun tímido, en algunas de nuestras ciudades.

En latitudes lejanas a la nuestra, muchas ciudades abrieron el espacio a la bicicleta como medio de transporte. En nuestra nunca consumida permeabilidad a lo extranjero, el ciclismo urbano es tema que se aborda en foros diversos y se ha colado en la agenda política con la ciclovía.

Conviene, para enriquecer el tema y aclarar el panorama, detenernos un momento en medio del entusiasmo generado por el deseo de copiar el éxito logrado en otras latitudes.

La posibilidad de fomentar el ciclismo debe ser evaluada en cada ciudad. En el caso de Santo Domingo, D.N., podemos destacar tres factores, muy evidentes ellos, que afectan el desarrollo del ciclismo urbano. Dos de ellos son invariantes, el clima y la topografía, y el tercero es el tránsito urbano.

Del tránsito en nuestra ciudad hay demasiada tela por donde cortar. Nadie ha podido organizarlo y/o controlarlo. Es un tema multifactorial que parte de tres componentes básicos: usuarios, red vial y parque vehicular, arropados en un marco legal inespecífico, en manos de unas autoridades que en las calles usan un lenguaje confuso. Dejando en manos de los especialistas su abordaje integral, no es arriesgado pensar que una cantidad importante de conductores se desayuna con un mangú de irrespeto a la ley y al prójimo, condimentado con una fuerte dosis de estupidez. En esas circunstancias el ciclismo urbano está permanentemente amenazado. Solo los muy audaces se atreven.

La topografía nos dice que desplazarnos en ambos sentidos según la dirección este-oeste es relativamente fácil por la ausencia de pendientes exigentes, aunque no sucede igual en la dirección norte-sur. Movernos en sentido norte-sur puede ser un paseo si disponemos de unos buenos frenos. A nuestro favor tenemos la fuerza de gravedad. Pero en sentido sur-norte la historia es diferente. No importa cual vía usemos que conecte directamente la Ave. G. Washington con las Ave. Bolivar, Ave. 27 de Febrero y Ave. Kennedy encontramos pendientes, que aunque en promedio no sobrepasan el 3%, hay tramos de mayor inclinación, lo que combinado con la longitud hace un recorrido forzado para cualquier persona que no sea atleta del ciclismo.

La otra invariante es el muy olvidado clima que no lo podemos cambiar. Bueno, casi no podemos. Ubicados en la mitad norte de la zona tropical, a unos 18.5º de latitud norte, y a muy poca altura sobre el nivel medio del mar, recibimos una enorme cantidad de radiación solar que al tocar los materiales se convierte en calor. Al desplazarnos a pies o en bicicleta en nuestras calles, en horas diurnas claro, recibimos la radiación directa del sol y, como sustanciosa ñapa, la radiación reflejada y re-irradiada por el pavimento y por todos los materiales de las edificaciones a nuestro alrededor. Añadamos a esa condición la gran evaporación y consecuente alta humedad del aire por la presencia cercana de grandes superficies de agua que reciben la radiación solar. Y como si todo eso no fuese suficiente, recordemos que los vehículos generan calor y humo por la combustión interna en sus motores.

Si hacemos un coctel con esos tres ingredientes, entendemos mejor lo que se puede hacer, en las actuales condiciones, para fomentar el ciclismo en nuestra ciudad: poco, muy poco. El esfuerzo físico en un ambiente caluroso y húmedo genera unas demandas al sistema termo-regulador de nuestro organismo con consecuencias no deseadas para nuestra salud. A eso sumemos la tensión que genera el tránsito que rodea al ciclista urbano.

¿Qué hacer ahora? Pues mantener y mejorar los pocos lugares donde actualmente existen algunas facilidades para el ciclismo de salud como el Parque Mirador Sur, y para un breve paseo en bici en parte de la Zona Colonial. Y además destinar, los sábados en las tarde y/o los domingos en las mañanas, unas cuatro horas, en algunos tramos, la mitad de algunas vías en dirección este-oeste, como las Aves. Bolívar, 27 de Febrero, Kennedy, G. Washington, entre otras, para caminar y hacer ciclismo, creando las condiciones físicas para evitar la injerencia de vehículos motorizados. Claro que estas propuestas sirven al ciclismo de salud y de recreación, no al ciclismo como medio de transporte. Para éste se necesitan decisiones de mucho atrevimiento y más valentía.

Pero cuidado con desanimarnos. Debemos continuar regalando bicicletas a hijos y nietos de cuatro o cinco añitos, con la esperanza de que al cumplir los veinticinco puedan disfrutar de la ciudad de Santo Domingo en bicicleta, cuando se haya esfumado, o al menos reducido, el irrespeto y la estupidez en nuestras calles, le hayan crecido dientes a la ley de tránsito, y unas autoridades extrañamente iluminadas hayan logrado que la sombra proyectada por el dosel arbóreo cubra al menos el ochenta por ciento del pavimento de la calzada de rodamiento vehicular y de las aceras. Sobre estas últimas caminarán, sin tropiezos ni resbalones, claro está, niños, jóvenes y ancianos (¡cuánto me gustaría estar ahí!) disfrutando de los beneficios que brinda la vegetación cuando se integra adecuadamente a la ciudad. ¿Acaso sueño?

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