Una boda privada en el Country Club y una “donación” a una lista generosa de famosos artistas despertaron la indignación de la opinión pública en los días recientes.

Aparentemente nada que ver una cosa con la otra y sin embargo mucho en común. La indignación la provocó lo de siempre: el doble rasero para medir los derechos de una clase social sobre el resto de los mortales y el uso medalaganario con que algunos políticos despachan el dinero público, que es el dinero de los contribuyentes.

Como es ilegal contratar fiestas a futuro, un genio decidió “donar” más de cien millones de pesos por la vía expedita de “los doy a quien yo quiero”. El populismo benefactor con el dinero ajeno que tiene más que cansada a la clase contribuyente, ese grupo menguante y sacrificado que puede entender y hasta aceptar el concepto de apretarse el cinturón pero que no se resigna ya a que le ahorquen con él.

De la boda… qué decir. Lo más curioso de todo es la foto del vehículo de Cestur que nadie ha explicado qué hacía ahí:

1. Proteger y guiar amablemente a los turistas que se hubieran despistado con el toque de queda y aterrizado por equivocación en Herrera. Improbable.

2. Hacer la prueba del alcoholímetro a los novios y/o a los asistentes al entrar. O al salir. Poco probable.

3. Comprobar que los invitados llevaban su prueba de PCR. Muy amable de su parte… pero tampoco.

4. Facilitar el parqueo. Útil, pero no es algo que entre dentro sus funciones. Impensable.

5. Todas las anteriores o vigilar por si se presentaba una patrulla decidida a hacer cumplir la ordenanza vigente.

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