Uno comienza a desliar la madeja de una familia y se acaba dando de bruces con la tragedia de Europa: sus guerras, sus pulsiones nacionalistas, sus fronteras. Arranquemos con este tipo sonriente y flaquito que sale de un bloque de ladrillo rojo en una callejuela de un barrio de artistas de Bruselas. Se llama Matthew Willner-Reid, tiene 39 años, está casado, tiene un hijo y otro en camino. Nació en Londres, creció en Swansea, una ciudad de Gales, estudió en distintos países de la Unión Europea, se doctoró con una tesis sobre refugiados de Afganistán, trabajó en varios continentes, vio algunas de las simas más oscuras del planeta, de Darfur a Congo, y se asentó finalmente en la capital europea, donde trabaja para el Instituto Europeo de la Paz, una fundación pública, desde la que asesora al Gobierno de Kabul en sus negociaciones con los talibanes. Mientras camina por un parque donde chicos de varias etnias juegan al baloncesto, afirma sobre su identidad: “Primero me considero global, luego europeo, después británico, posteriormente inglés… Y también francés”.

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