Hace unos meses, cuando la pandemia aún no soñaba con azotarnos, me dijo que se despertaría temprano para fotografiar el soberbio espectáculo del amanecer. Así fue. Se levantó en medio de la oscuridad, colocó su cámara fotográfica sobre el trípode, apuntó al infinito y esperó pacientemente a que el astro asomara con timidez sus primeros y tenues rayos por encima de la loma Las Neblinas, aterida, goteante de rocío.

Lucía encontrarse en trance. Apretaba y soltaba el percusor, obedeciendo a un mandato de su subconsciente, cambiando de sitio, tomando la cámara en las manos, acariciándola, hasta agotar el proceso de asomo tenue y eclosión completa de los rayos solares. Portaba con aire profesional su juego de cámaras y de lentes sofisticados. Los protegía cual si fueran tesoro antiguo recogido de botijas.

Después se dedicó a fotografiar una mata de higo, otra de arándano. Su paciencia solo la superaba su amor por la naturaleza y su pasión de servicio al país.

Ya antes había conocido de sus notables ejecutorias como ministro de agricultura (secretario de Estado en aquella época) y habíamos compartido tareas en la cúpula monetaria. Destacaba en sus intervenciones por su elevada sensibilidad y serenidad para decidir sobre problemas arduos, complejos.

Hablo de Domingo Marte, agrónomo, ser humano exquisito y de gran talento, demostrado sobretodo en las vertientes agronómica, artística y literaria.

En ese momento se encontraba de tránsito en Constanza para fotografiar algunos de los frutales del país situados en las alturas de la cordillera central. Así fue de un sitio a otro de la geografía nacional, incansable, hasta fotografiar 151 variedades de frutales, algunos populares como el mango, aguacate, coco, naranja, limón. Otros en extinción, como la parcha, o desconocidos como el mangostán.

A veces, cuando nos veíamos de cuando en vez, me anunciaba la inminencia de la aparición de su nueva contribución al país. En efecto, después de haber transcurrido años desde que se le ocurriera la idea de hacer un inventario fotográfico de las variedades frutales, nos acaba de sorprender con la publicación de Frutas en República Dominicana.

No es un libro cualquiera. Es una obra de singular belleza, explicativa de lo que se necesita saber sobre cada variedad; esmerada en los detalles, dotada de hermosas fotografías de cada una ellas y con un texto asequible, sencillo, didáctico, en el que rinde homenaje a aquellos precursores de la siembra de frutales y a todos aquellos que han dedicado recursos y tiempo para coleccionarlas y promover su siembra.

En palabras del autor, “el libro contiene apuntes históricos sobre el desarrollo de las frutas, desde los tiempos de nuestros aborígenes hasta nuestros días; cuándo y de dónde vinieron; cuándo pasaron de existir como ejemplares dispersos a plantaciones comerciales; informaciones sobre los pioneros de algunas plantaciones comerciales y otros temas”.

Y agrega: “El libro Frutas en República Dominicana tiene como propósito aumentar el conocimiento de los interesados en esta área acerca de las frutas que existen en el país, tanto de las especies tradicionales como otras poco conocidas o desconocidas por los dominicanos. El criterio ha sido incluir las especies que se encuentran en plantaciones comerciales, en colecciones y en estado silvestre o semisilvestre, nativas o introducidas”.

La obra apunta que los frutales existentes cuando Cristóbal Colón llegó a la isla eran la guanábana, mamey, pitahaya, caimito, jobo, lechosa, guayaba, uva de playa, caimoní, anón, jagua, piña, mora, parcha, zarzamora, mamón, entre otras. Luego fueron introduciéndose variedades que se hicieron populares como el coco, cacao, aguacate, café, buen pan, mango, guineos, y muchísimas más. Y no hace tanto tiempo empezaron las plantaciones comerciales de algunas variedades.

Cuando años atrás Domingo Marte presentó su inigualable libro titulado Ecos de la costa, pensé que había llegado al tope de la expresión fotográfica por la nitidez y belleza de las imágenes sobre nuestras playas, costas y acantilados. Aquella fue una obra memorable consecuencia de su talento y perseverancia para recorrer cientos de kilómetros de nuestras costas y captar sus esencias dormidas.

Me equivocaba. Ahora vuelve a elevarse a alturas impensadas con este nuevo libro, repleto de imágenes que invitan a comerse sus páginas como si fueran frutas, por su nitidez, esplendor y belleza.

Este libro es un reconocimiento de que se ha avanzado en el camino de las plantaciones para consumo interno y exportaciones, a pesar de su reconocida vulnerabilidad frente a las plagas. Al tiempo que se ha retrocedido en la preservación de muchas variedades que se encuentran en proceso avanzado de extinción.

P.D. En estas navidades ruego por la salud y felicidad de todos. Les pido que extremen las precauciones: el mundo no acaba con la pandemia, pero la vida se resiente si no se contiene su propagación.

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