El debate en torno a los símbolos no es festivo ni intrascendente en Bolivia, sino ideológico, privativo de un país sobrecargado por su heterogeneidad étnica, las secuelas del colonialismo y las castas encomenderas y la integración de los pueblos indios en el bienestar y la globalización. El presidente, Luis Arce, capitán general de las Fuerzas Armadas, deberá decidir si irrita a una parte del alto mando manteniendo la arenga “Patria o muerte. ¡Venceremos!” o recupera el grito acuñado antes de la guerra del Chaco, “Subordinación y constancia. ¡Viva Bolivia!”, archivado por Evo Morales en beneficio de la consigna cubana. Su sucesor acertará si enfría el debate, promueve la justicia social y aguanta el atosigamiento y propensión al mesianismo de Morales. El gobernante parece haber aparcado la proclama inmortalizada por Fidel Castro. La controversia sobre arengas y alegorías indígenas en los uniformes no es fanfarria, por cuanto lo ritual tiene relevancia política en el Altiplano, cuyos cuerpos de seguridad se distanciaron del presidente aimara cuando aceleró hacia el absolutismo y la imposición ideológica. No fue accidental que las Fuerzas Armadas fueran el centro de gravedad del golpe sui generis que le defenestró.

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