Con los escolares ya de vacaciones puede pasarse un primer balance. Un trimestre duro, para alumnos, padres y profesores. Se asume con cierta ligereza que el aprendizaje no va a ser tan completo como otros cursos, que pasar de curso está prácticamente garantizado. Y que cada uno está haciendo lo que buenamente puede.

Y es verdad. El esfuerzo de las familias por adaptarse a una rutina sin colegio presencial. Las comparaciones entre la plataforma de unos colegios y otros. La abrumadora carga de tareas escolares que los padres tienen que hacer con ellos o corregir después. Cada quien hace lo que puede.

Pero ni los educadores más optimistas creen que este es un curso comparable a los anteriores en rendimiento y aprendizaje. Y esto dicho, viniendo de una educación que ya tenía serias deficiencias en estos dos renglones. Además, tampoco se puede dar por seguro que el próximo curso se desarrollará en lo que conocimos y era normal.

La crisis de salud nos golpea en la cara. La económica es inocultable. La de la educación… va a pasar por debajo del radar por un tiempo. Porque comprendemos que era casi imposible tener un escenario preparado a tiempo. Porque asumimos que todos los actores están intentándolo todo. Porque tampoco veremos los efectos hasta que pase un tiempo. Porque no queda más remedio que asumirlo. Porque es lo que hay, y bastante tenemos con mantenernos sanos y no quebrar.

Pero esta generación de estudiantes, que ya pasó el curso pasado porque había que pasarlo, va a tener unas lagunas (sobre anteriores lagunas) que puede afectarle de manera seria. Tremenda tarea, para cada familia, superar eso.

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