Los refugiados azerbayanos regresan a casa 30 años después
“Mi casa estaba situada entre dos arroyos, cuyo sonido era más bello que cualquier melodía. Lachin es como una paloma blanca entre dos montañas, un lugar que jamás podré olvidar. El agua de sus fuentes es pura y fría como el hielo, sus hierbas aromáticas, su tomillo… ¡Desde que abandoné Lachin jamás he encontrado el sabor de ese tomillo!”. Sumaya Isayeva, una profesora azerbayana de 65 años, evoca el pasado, sus recuerdos dulcificados por el paso del tiempo y las amarguras sufridas desde entonces: “El día que huimos era uno de esos días tan bellos de Lachin. La cosecha de ese año había sido buena y estábamos sentados, desayunando, en una alfombra bajo los árboles. De repente, llegó mi hermano y nos dijo: ‘Empaquetad todo’. Metimos a los niños en el coche y nos llevó lejos de allí”.