Clonación, memoria e inmortalidad

La literatura de anticipación o futurista es una rama de la ciencia-ficción más cerca de la ciencia que de la ficción. La clonación, por ejemplo, ha sido tratada por la literatura y el cine. Sin remontarnos a la antigua Grecia sólo hay que recordar, entre múltiples ejemplos, la novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz (1932), ese mundo totalitario en que los niños, fabricados en serie como los automóviles, no salen del útero materno sino de una incubadora automática; de igual modo la película Los niños del Brasil (1977), de Franklin J. Schaffner, basada en la novela del mismo nombre de Ira Levin, en la que un grupo de nazis nostálgicos tratan de reproducir niños con las características de Adolf Hitler; o el genial relato de Adolfo Bioy Casares, “Máscaras venecianas”, en el que el personaje principal se encuentra con que Daniela, su ex amante, sabiéndose afectada de un mal incurable, se hace clonar. En los primeros ejemplos no se trata el problema de la memoria de los individuos clonados. En “Máscaras venecianas” el clon de Daniela dice que su madre le hablaba de su amante. El handicap de la clonación es pues la memoria del clon, el pasado.

¿Será la clonación el primer paso para lograr la inmortalidad del hombre?

Otro ejemplo algo absurdo es la teoría de su “Santidad Rael”, Claude Vorilhon, que afirma que los humanos descienden de extraterrestres que depositaron su ADN en la tierra para dar origen al primer hombre y a la primera mujer, de ahí en adelante, como si olvidaran sus orígenes se comenzaron a reproducir de la manera que todos conocíamos hasta el procedimiento de la clonación. Según Vorilhon, Jesús es el producto del ADN de un extraterrestre que fue depositado en el útero de María hace más de 2000 años. Y, para dar mayor credibilidad a sus afirmaciones, Vorilhon es también hijo del extraterrestre y padre genético de Jesús de Nazaret y de una terrícola francesa. Por deducción, Rael, que significa “luz de Dios”, en lengua de extraterrestres es una copia conforme del Nazareno.

Las enseñanzas de Rael han tenido éxito. En guisa de ilustración recordemos la científica de un laboratorio de aire líquido de París, Brigitte Boisselier, que un día, como Saulo de Tarso, vio la “luz de Dios” y abandonó esposo e hijos y se marchó a Estados Unidos para realizar estudios de biología con la finalidad de servir a los propósitos de Vorilhon para la clonación humana y, al mismo tiempo, a la inmortalidad humana.

La clonación, se obtiene, según los genetistas, a partir de un óvulo fecundado del cual se retira el núcleo que contiene las informaciones genéticas. Ese núcleo es reemplazado por el de una célula tomada del individuo a clonar. Hasta ahora se han verificado experimentos en mamíferos. La oveja Dolly, el primer clon de la historia, presentó problemas de envejecimiento a los pocos meses de nacida. Tenía la misma edad que su clon.

Por otro lado, diferentes experimentos han demostrado que no se obtiene una reproducción 100% idéntica. Puede ilustrar, la gata clonada en la Universidad A&M de College Station, Texas, que no tiene exactamente el mismo pelo que su madre. Los genes, según los científicos de esa academia, no lo controlan todo. Si no se controla a 100% el aspecto físico mucho menos se podrá asegurar la memoria.

La clonación humana aterra a religiosos, políticos y hasta científicos. Los científicos aceptan, en general, la clonación terapéutica cuya finalidad es la de prolongar, por medio de injerto de órganos, por ejemplo, la vida de un individuo. Un procedimiento que podrá, cuando se logre, detener la degeneración del cerebro y asegurar una lucidez más larga que la actual.

Los conflictos éticos que enfrenta la comunidad científica con la búsqueda de la inmortalidad son tan antiguos como el día en que el hombre se paró en dos patas y comenzó a pensar. A pesar del temor a lo que será la conducta de los clones en el mundo de hoy, ningún científico afirma que debemos adaptarnos y prepararnos a la idea de compartir la Tierra, en un tiempo no muy lejano, con seres creados a partir del ADN de un individuo.

Cuando el clon de Daniela le dice al ex amante de su madre, en “Máscaras venecianas”, que ella le hablaba de él expresa los límites de la clonación: la falta de pasado. El individuo puede ser reproducido genéticamente sin conservar su pasado, sin su memoria. De todos modos, nadie podrá asegurar que un individuo al que se le incorpore la memoria de son doble genético, en caso de que esa abstracción del cerebro humano pueda ser implantada como un disco duro, se querrá reproducir de manera idéntica el pasado de su genitor y pensar, en términos de futuro, como lo hubiera hecho el que le proporcionó su ADN.

Mientras la mente humana no pueda ser clonada, la inmortalidad no estará garantizada. El simple hecho de que la clonación contemple la apertura de una brecha que conduzca a la inmortalidad, el temor a la muerte, como en la Edad Media, podría disiparse o ser menos intenso que el que nos legaron el Renacimiento, el materialista siglo de las luces y los siglos posteriores en que se negaba una vida más allá de este bajo mundo.

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