Las mañas de la política dominicana están enquistadas en la psiquis de los políticos, lo que hace prácticamente imposible que se corrijan esas “inde- licadezas” que constituyen uno de los motivos por los que tantos aspiran.

El barrilito y/o el cofrecito son dos inadmisibles fuentes de dinero que ellos tratan de justificar como fondos destinados a obras sociales en sus respectivas provincias.

La sociedad ha mostrado en diferentes ocasiones su oposición a este claro abuso de los legisladores. Las necesidades de las provincias y de sus votantes, nadie lo niega, son muchas. Pero no toca al Poder Legislativo asumir las funciones que cubren otros programas, ministerios, instituciones. Y mucho menos, hacer este reparto a título personal.

El populismo, en el barrilito, muestra su peor cara y desencadena el peor de los efectos; esa dependencia de los más vulnerables hacia las dádivas de quien luego les pedirá el voto. Un círculo que no se ha podido romper y que, con el tiempo, ha terminado por enquistarse y pasar a ser considerado “normal” por los legisladores.

Para ellos es un derecho adquirido.

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