John Rawls en su doble aniversario

Rawls fue un autor denso y complejo pero que, a fuerza del impacto que ejerció su pensamiento especialmente en las escuelas de filosofía y derecho, sus conceptos clave, envueltos en un lenguaje novedoso, se convirtieron en referentes ineludibles entre quienes, tanto en la academia como en la esfera pública, se interesaban y se siguen interesando en los temas que aborda su obra: los fundamentos del contrato social, la justicia y las bases de la cooperación, la convivencia y la tolerancia, entre otros.

En Una teoría de la justicia, Rawls se propuso fundamentalmente replantear la manera cómo se entendía y medía la justicia social, es decir, aquello que servía de cemento a la sociedad, a sus estructuras político-institucionales, su sistema económico y sus mecanismos de distribución y asignación de recursos entre todos los miembros de la comunidad. Expuso una manera nueva de definir lo que él llamaba “los principios de la justicia” para que estos, a su vez, sirvieran de sustento a las estructuras políticas e institucionales en torno a las cuales se organizaba la sociedad. Por supuesto, aunque este libro tuvo un impacto universal, Rawls tenía en mente, mientras desarrollaba su pensamiento, a la sociedad norteamericana de los años sesenta, con sus conflictos, crisis y desilusiones, ante lo cual él quiso dar una respuesta desde el campo de la filosofía política y moral.

Es sumamente pretencioso de parte de este articulista plasmar en este espacio periodístico una síntesis de lo que este autor plasmó en Una teoría de la justicia. No obstante, hago el intento a sabiendas de que quedaré, por mucho, muy corto, pero lo hago en honor a su memoria como se ha estado haciendo alrededor del mundo.

En Rawls gravitaron dos matices político-filosóficas: una fue la teoría contractualista de Thomas Hobbes, John Locke y Jean Jacques Rousseau (cada uno con sus especificidades), y la otra fue la filosofía moral de Emmanuel Kant, con su concepto del individuo como agente autónomo y moral. De los primeros toma básicamente la noción de que se necesitan principios y reglas compartidas que sirvan de sustento a la sociedad política organizada, mientras que del segundo derivó la noción de individuos guiados por la razón y la moral.

No obstante, a diferencia de los filósofos contractualistas, Rawls no propuso, literalmente, un contrato o pacto social, sino una manera distinta de llegar a los principios de la justicia que sirvieran de sustento a las estructuras político- institucionales, económicas y sociales, pero que tuvieran un efecto equivalente al que se propusieron aquellos filósofos cuando concibieron la manera de salir del estado de naturaleza (ausencia de poder común) y pasar a la sociedad organizada políticamente. Es en ese cambio de paradigma (aquí vale el término a pesar de su tan manido) que Rawls introduce conceptos novedosos que redefinen los términos de la discusión en la filosofía política y lo convierten en una figura de primer orden alrededor de quien se producen los más importantes debates y reacciones en ese campo del conocimiento.

Dos nociones novedosas sirven de anclaje a la elaboración de su estructura conceptual: una es “la posición original” y la otra el “velo de la ignorancia”. Con la primera noción Rawls persigue definir las condiciones en las que deben estar las personas para escoger los principios de la justicia. Él considera razonable y ampliamente aceptable que nadie se encuentre en una posición ventajosa o desventajosa frente a los demás, que los principios no estén acomodados a las condiciones particulares de nadie ni que las inclinaciones y aspiraciones de alguien en particular o su concepción de lo bueno incidan en los principios que se adopten. Así, la otra cara de la “posición original” es la noción del “velo de la ignorancia”, lo que quiere decir que todas las personas estarán desprovistas de información sobre sus circunstancias particulares, las cuales puedan interferir en sus argumentos sobre los principios de la justicia.

Teniendo estos elementos como telón de fondo, Rawls plantea entonces lo que entiende por “principios de la justicia”, los cuales son aquellos que personas libres y racionales, preocupadas por avanzar sus intereses, consentirían como seres iguales cuando nadie se considera con ventajas o desventajas debido a contingencias sociales y naturales. Es decir, él hace una operación lógica y abstracta de la cual deduce que estos seres, reconociéndose como iguales y sin saber si tienen una posición ventajosa o desventajosa en la sociedad, llegarían a la conclusión a la que él llega en cuanto a los “principios de la justicia” que él plasma en su obra.

Estos principios son: 1) cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso posible de libertades básicas siempre que sea compatible con un esquema similar de libertades para los demás (principio de la libertad); y 2) las desigualdades económicas y sociales, por ejemplo las desigualdades en riqueza y autoridad, son justas únicamente si resultan en un mayor beneficio para los miembros menos aventajados de la sociedad (principio de la diferencia).

Rawls reconoce que un acuerdo voluntario de este tipo no existe pues las personas siempre se encuentran situadas en ciertas posiciones sociales, lo que hace literalmente imposible reconstruir en la realidad algo similar a la “posición original” de personas libres e iguales. Esto quiere decir que si bien él conecta con la tradición contractualista no lo hace en el sentido de que personas reales, en una sociedad específica, van a realizar un acuerdo concreto para crear una determinada forma de gobierno. Su argumento es que si estos dos principios fuesen adoptados, como él espera que lo sean, por personas libres, iguales y con autonomía moral, las instituciones que se diseñen en la sociedad van a reflejar dichos principios. Es lo que él denomina “justicia como equidad”.

Una vez salió Una teoría de la Justicia, Rawls se convirtió en el referente principal de la discusión en el ámbito de la filosofía política. Sus críticos salieron por todos los costados: unos, como Robert Nozik, lo criticaron desde una perspectiva liberal individualista por ser demasiado “igualitarista”; otros, como Michael Walzer y Michael Sandel, lo criticaron desde una perspectiva social-comunitarista por ser excesivamente individualista al concebir la “posición original” integrada por seres desconectados de sus tradiciones y vínculos comunitarios; y otros, como Robert Paul Wolff, lo criticaron desde una perspectiva neomarxista por ser demasiado capitalista. Lógicamente, no hay espacio para entrar a examinar esas críticas y las respuestas de Rawls a cada una de ellas. Lo cierto es que Rawls se convirtió en el centro del debate, pues hay que reconocer que por décadas, si no siglos, ningún filósofo político había plasmado una visión tan novedosa en relación a cómo entender los fundamentos políticos y morales de las estructuras institucionales de una sociedad que persiga la justicia.

Rawls siguió escribiendo y haciendo ajustes a su pensamiento. En un libro titulado Libertades básicas y sus prioridades recogió sus conferencias sobre filosofía moral; en un extenso ensayo titulado “La prioridad del derecho y las ideas de lo bueno” recapituló una serie de ideas sobre su concepto de “justicia como equidad”; y su último libro Liberalismo Político le dio mucho mayor concreción a sus ideas sobre los dos principios de la justicia con el uso del concepto de “consenso entrecruzado” en el que Rawls se manifiesta con una inclinación constitucionalista mucho más marcada que en los textos anteriores.

Como nota anecdótica, vale señalar que en los círculos académicos Rawls se hizo notorio también por su amabilidad y bonhomía. Aunque era una celebridad en Harvard, se destacaba por su trato cortés y respetuoso a sus estudiantes, al tiempo que impartía sus cátedras sin ningún tipo de alarde, grandilocuencia o histrionismo.

Las celebraciones de aniversarios de autores, escritores y pensadores son siempre buenas oportunidades para leerlos o releerlos. Esta es una de esas ocasiones que nos invita a explorar el vasto universo de filosofía política que creó este gran pensador que hoy recordamos.

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