En marzo se multiplican las conversaciones sobre los derechos de la mujer, sobre su situación en diferentes campos y con frecuencia la charla recae en el tema laboral. Es innegociable: a igual trabajo igual sueldo. Esa es la verdadera paridad. Nadie en su sano juicio puede discutir que esto ya no debería ser una aspiración sino algo ya consolidado en la cultura empresarial o en el empleo público.

Afortunadamente, tampoco se discute si las mujeres deben o no trabajar fuera de casa o si lo hacen para sentirse “realizadas”, una expresión ya bastante antigua que nunca se ha explicado por sí misma.

Las mujeres trabajamos exactamente por las mismas razones que el hombre: por dinero, por vocación, porque nos hemos preparado para algo. Para pagar facturas, para vivir lo mejor posible, para cuidar de los nuestros. Porque hay que trabajar. Pero también… trabajamos cuando podemos. Como los hombres.

La pandemia ha puesto a los sabios a pensar cómo va a cambiar la sociedad cuando salgamos de ésta y se enfocan en elucubrar cómo serán las ciudades y las viviendas cuando teletrabajemos como norma.

Debora Spar, decana de la Escuela de Negocios de Harvard, da un paso más y augura un futuro en el que el problema no será dónde trabajaremos sino cuántos millones de personas no podrán hacerlo porque sus trabajos, oficios, empleos están desapareciendo. Y augura además, que serán los hombres los más afectados porque el mundo se está “desindustrializando”.

El cambio de estructuras sociales, dice, será profundo: el hombre ya no será el principal proveedor y la identidad masculina sufrirá una transformación. Todo está cambiando ya. El empleo de los hombres también.

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