Cuando el expresidente francés Nicolas Sarkozy se aburre, cuando vive momentos de calma, tiende a sentirse impaciente, a ponerse nervioso, a actuar por impulsos. Y es entonces cuando da un paso en falso. “Soy un angustiado”, confesó el pasado diciembre en una de las últimas audiencias del juicio por haber intentado sonsacar información a un fiscal en un caso que le afectaba y le preocupaba, a cambio de prometerle al fiscal ayuda para obtener un cargo en Mónaco.

El lunes el tribunal dictó sentencia: tres años de prisión para el expresidente de la República, de los que deberá cumplir uno y podrá hacerlo con un brazalete electrónico. Al recurrir la sentencia, la pena ha quedado en suspenso hasta el nuevo juicio.

Dicen quienes le conocen —y lo dice él mismo— que es en los momentos más difíciles cuando Sarkozy es Sarkozy de verdad, cuando saca lo mejor de sí. Y el actual es uno de ellos.

La condena no es la muerte política de Sarkozy, aunque arruina la esperanzas que Sarkozy y algunos seguidores aún albergaban sobre un posible regreso al poder. “Es el fin de toda hipótesis de una candidatura en las elecciones presidenciales de 2022”, dice el ensayista Alain Minc, amigo suyo. “Pero no es el fin de su influencia política. Si Sarkozy dijese: ‘En nombre del interés nacional, apoyo al presidente Emmanuel Macron en 2022’, esto sería muy valioso. Garantizaría a Macron votos de la derecha.”

“Las tormentas siempre me han fascinado”, arranca el último libro del antiguo jefe de Estado, Le temps des tempêtes (El tiempo de las tormentas). El historiador Éric Roussel, biógrafo de presidentes y autor de un ensayo titulado Nicolas Sarkozy. De près, de loin (Nicolas Sarkozy. De cerca, de lejos) para el que se entrevistó con él de forma extensa, lo corrobora: “Lo que desata su energía son los momentos de crisis. Es entonces cuando reacciona con más viveza”.

Tras conocerse la condena, Sarkozy cargó en una entrevista en el diario Le Figaro contra los magistrados, amenazó con llevar el caso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo y proclamó que “si estuviésemos en la Rusia del señor Putin, los defensores de los derechos humanos denunciarían que es gravísimo”. “No puedo aceptar ser condenado por algo que no he hecho”, dijo.

En una entrevista en el informativo nocturno de la cadena privada TF1, le dijo al entrevistador: “Si usted no estuviese convencido de que soy un hombre honesto, ¿me acogería usted en su telediario como lo ha hecho?” El periodista, descolocado, no respondió.

La vida de Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa (París, 66 años) podría contarse como una obra en tres actos. Primero, la de un hijo de un inmigrante húngaro y una francesa de origen sefardí que, sin pasar por las escuelas de la élite ni pertenecer a sus círculos, ascendió en la derecha dominada entonces por Jacques Chirac. En el segundo, ocupó entre 2007 y 2012 la presidencia de la República durante cinco años marcados por la crisis económica mundial, las crisis matrimoniales y una manera atípica de ejercer el poder.

“Es un hombre que se diferencia por un estilo que no se corresponde con los modos de intervención de sus predecesores”, dice Roussel. “En Francia, el presidente de la República tiene una función simbólica que exige una mayor distancia. No creo que él sea muy sensible a eso”.

El tercer acto contaría una post-presidencia marcada por la felicidad conyugal, las actividades empresariales y la búsqueda del enriquecimiento, los intentos fracasados de regresar en el poder y, sobre todo, los continuos problemas con la Justicia. Desde la supuesta financiación por la Libia de Muamar el Gadafi de la campaña de 2007 a los gastos excesivos en la campaña de 2012 —caso, este último, por el que será juzgado a partir del 17 de marzo—, los últimos diez años del expresidente son la historia de sus tratos con fiscales y jueces.

Ningún otro presidente se ha metido en tantos líos judiciales, ni ha tenido tantos frentes abiertos en este campo. Quizá se explique por su tendencia a arriesgar, a jugar al límite. “Está tan imbuido de sí mismo que piensa que nada le puede ocurrir”, dice el periodista de Le Monde Philippe Ridet, autor del libro Le président et moi (El presidente y yo), uno de los mejores retratos de Sarkozy. “No es tanto que sea inconsciente, sino que es una forma de suficiencia”.

“Es un personaje excesivamente seductor, pero también jactancioso, presuntuoso”, continúa Ridet. “Tiene una personalidad casi infantil. [El político francés] François Bayrou tenía una expresión que era el niño bárbaro. Es decir, era alguien con algo un poco inmaduro y que a la vez podía ser cruel y no seguir los códigos”.

Minc, autor del libro Mes présidents (Mis presidentes), le describe así: “Es un personaje totalmente entero, de una sola pieza. Dice lo que piensa, no se censura. Es tal como parece. Así que, respecto a la Justicia, tampoco se ha censurado jamás”.

El ensayista, empresario y consejero oficioso de presidentes alude a los ataques de Sarkozy a los magistrados cuando era presidente. Envuelto en la bandera del “francesito de sangre mezclada” o “bastardo”, como le gusta llamarse, denunciaba la aparente endogamia del poder judicial, calificaba a sus miembros de “guisantes, todos iguales entre ellos”, y provocó su ira con repetidas críticas en casos que conmocionaron el país como la violación y asesinato en 2011 de la joven Laëtitia Perrais, caso que el sociólogo Ivan Jablonka trató en el libro Laëtitia o el fin de los hombres. Una teoría es que sus problemas judiciales no se deben a que el expresidente tienda a actuar al filo de la legalidad o que se haya sentido impune, sino a un presunto ánimo de venganza de fiscales y jueces por agravios anteriores.

“Lo que me parece escandaloso en la sentencia sobre Sarkozy es que no se trata de legalismo, sino de moralismo”, opina Minc. “El juez dice: ‘Al ser un antiguo presidente de la República, es más grave’. ¡Pero esto no es posible! La Justicia debe tratar igual a un antiguo presidente que a un sin techo. Si no, ya no se dedica al derecho, sino a la moral”.

Ahora Sarkozy lo tiene más difícil que nunca para regresar al Elíseo, aunque esta opción ya era complicada antes de la condena. Pero el hombre que dio a la derecha francesa su última victoria presidencial, hace casi 15 años ya, no desaparecerá de la escena.

El expresidente mantiene una buena relación con Macron, y su apoyo podría ser clave en 2022. Para muchos de sus seguidores, la condena por corrupción y los casos pendientes son fruto de un ensañamiento injusto y una razón de más para apoyarle.

“Para la derecha, es un mito. La derecha ama a los jefes. Amaba a Chirac, ama a Sarkozy. Es la tradición gaullista”, dice Minc, en alusión al general de Gaulle, héroe de la Segunda Guerra Mundial y fundador de la V República.

“Todos sus problemas judiciales”, apunta Ridet, “refuerzan de alguna manera su leyenda: la de un tipo fuera de las normas, en sus fracasos y sus éxitos”.

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