La tragedia de los rohinyás refugiados en Bangladés:“Vivimos entre cenizas”

Abdu Sobbi salió de su casa corriendo al oír los gritos que procedían del exterior. Entonces vio las llamas arrasar con voracidad la zona norte del campo de refugiados Balukhali-Katupalong (en el distrito de Cox’s Bazar, en el sureste de Bangladés), en el que viven casi un millón de rohinyás, minoría musulmana perseguida en el vecino Myanmar (antigua Birmania). “En apenas 15 minutos el fuego había llegado a mi área, en el sur, pero para entonces ya habíamos huido”, cuenta por teléfono el hombre de 36 años, padre de tres niños. Su familia y él forman parte de los más de 45.000 afectados por el incendio que provocó la muerte de al menos 15 personas y la desaparición de centenares en el asentamiento de refugiados más grande del planeta.

“Ahora vivimos entre las cenizas y los escombros, sin comida, colchones, ropa ni agua… Lo único que nos han dado las autoridades es una lona para cubrirnos”, narra Sobbi, que regresó al que había sido su hogar un día después del incendio, tras refugiarse una noche en la casa de una familia bangladesí de un pueblo cercano. El incendio, cuyas causas se desconocen y están siendo investigadas por las autoridades del país, se originó el lunes alrededor de las dos de la tarde (hora local) en el norte de Balukhali, y se propagó rápidamente debido a los fuertes vientos y a las docenas de bombonas de gas que explotaron a medida que las llamas consumían todo a su paso.

Desde su regreso a Balukhali el martes, Sobbi no ha podido reunir las fuerzas para reconstruir su vivienda, que como el resto de chabolas, fue levantada de forma precaria por los propios refugiados con los materiales que encuentran por la zona, ya sea bambú, retales de plástico o polietileno. “Cómo voy a poder hacerlo si ni siquiera podemos dormir ni conseguir comida…”, lamenta. “No creo que volvamos a tener una casa pronto, estoy muy preocupado”, añade el hombre, que huyó a Bangladés en octubre de 2016, cuando empezaron los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad birmanas, que acusaron a la comunidad rohinyá de estar detrás de varios ataques a comisarias en el Estado birmano de Rajine (fronterizo con Bangladés).

El refugiado rohinyá Abdu Sobbi, la semana pasada. Mohammed Zobair

El éxodo de rohinyás a Cox’s Bazar, ciudad de la costa oeste de Bangladés, alcanzó su punto álgido un año después, en agosto de 2017. También a raíz de varios ataques contra comisarías policiales de Rajine perpetrados, según Myanmar, por militantes del ARSA (Ejército para la Salvación Rohinya de Arakan), el Ejército birmano –conocido como el Tatmadaw- comenzó una campaña de “limpieza étnica”, según definió la ONU, que provocó el éxodo en masa de más de 720.000 rohinyás. Una campaña de represión, asesinatos y violaciones sistemáticas que investiga la Tribunal Internacional de Justicia de la ONU por constituir un posible genocidio.

Khotija Begum forma parte de los cientos de miles de personas que huyeron de su hogar natal en Rajine. El recuerdo de su casa quemada por los militares birmanos vuelve a hacerse real tras haber visto cómo las llamas han dejado su refugio de Cox’s Bazar reducido a cascotes y residuos. “Utilizo una lona como techo, pero hace tanto calor que es imposible estar aquí… No tenemos nada, lo perdimos todo. Cuando el fuego comenzó, solo me dio tiempo a salir corriendo con mis hijos. Ahora vivimos del arroz que nos dan algunos vecinos, pero eso es todo lo que tenemos”, añade la mujer.

Aunque no es el primer incendio que surge en el campo de refugiados en los últimos meses, sí ha sido de momento el más devastador. Sus consecuencias llevan hasta el paroxismo el sufrimiento y las dificultades de una población que malvive hacinada, sacudida en el último año también por la pandemia. Un comunicado de Médicos Sin Fronteras alerta de que “se trata de un duro golpe para la comunidad rohinyá, que ha estado sufriendo las consecuencias del deterioro de las condiciones de vida en los campos, con un acceso reducido a la atención médica y otros servicios humanitarios”

La refugiada Khotija Begum, la semana pasada en el campo de refugiados.
La refugiada Khotija Begum, la semana pasada en el campo de refugiados.Mohammed Zobair

“Es devastador. Todavía tenemos unas 400 personas desaparecidas”, advirtió por su parte esta semana Johannes Van der Klaauw, portavoz del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) desde Ginebra. Se teme que muchos rohinyás quedaran atrapados por la alambrada que rodea los campos. Varias organizaciones humanitarias han pedido a las autoridades bangladesíes que arranquen esa valla. La ONG Refugees International denuncia que “muchos niños están desaparecidos, y algunos no pudieron huir debido a estas cercas de alambre”.

Después de varios años de exilio forzado en Bangladés, la situación de esta minoría se ha agravado todavía más en Myanmar, donde las mismas autoridades militares que estaban siendo investigadas por genocidio contra esta comunidad han tomado ahora totalmente las riendas del país tras el golpe de Estado del pasado febrero. Para estos refugiados es inviable pensar en volver. Vapuleados por la desgracia y la persecución, tras décadas de ostracismo en Myanmar —un país de mayoría budista y que retiró la ciudadanía a esta minoría musulmana en la década de los ochenta—, los rohinyás reclaman más atención en Bangladés. “Quiero que el mundo sepa que cada vez estamos sufriendo más”, denuncia Khotija Begum.

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