Draghi anuncia un esfuerzo histórico para la modernización de Italia

Italia se prepara para poner en marcha un plan de reconstrucción histórico que marcará el “destino” de sus ciudadanos, según ha anunciado este lunes el primer ministro, Mario Draghi. El líder italiano no escatimó en adjetivos y épica en su presentación en el Parlamento para definir un proyecto que invertirá unos 248.000 millones hasta 2026 y que lleva asociadas las grandes reformas estructurales que el país no ha sido capaz de hacer en los últimos 20 años. “Está en juego la credibilidad y la reputación de Italia como fundador de la Unión Europea y protagonista del mundo occidental”, advirtió.

El día en que Italia reabría los bares, los restaurantes y se preparaba para un paulatino regreso hacia la normalidad después de un año y medio de calvario pandémico, Mario Draghi se presentó en la Cámara de Diputados para explicar cómo piensa reconstruir el país y devolver la esperanza a sus ciudadanos. El presidente del Consejo de Ministros convocó a los italianos a un momento “histórico” que, visto con cierta perspectiva, representa también la última oportunidad de un país que ha visto en las últimas décadas cómo aumentaba la desigualdad para dar el salto definitivo a una modernidad interrumpida desde la expansión de los años sesenta.

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La empresa en la que se ha embarcado el gobierno de unidad italiano (formado por todos los partidos menos el ultraderechista Hermanos de Italia) representa el mayor esfuerzo modernizador del país transalpino desde después de la Segunda Guerra Mundial. Se invertirán unos 248.000 millones de euros (191.500 de la Comisión Europea hasta 2026, y unos 56.000 millones de Italia), condicionados a grandes reformas que la clase política de los últimos 20 años ha sido incapaz de ejecutar (el mismo Draghi las solicitó cuando era presidente del Banco Central Europeo). Un plan que dibuja con cifras el futuro de una Italia envejecida y tremendamente desigual entre el norte y el sur: desde la demografía a la sanidad, pasando por una reformulación de la educación y la justicia. “Esto no es solo una lista de proyectos con sus plazos y objetivos. Propongo leerlo de otra forma”, anunció nada más subir al estrado.

El discurso de Draghi, consciente del enorme compromiso que adquiere Italia como mayor receptor de fondos de la Unión Europea, subrayó desde el comienzo la relevancia de cumplir con las obligaciones. “Meted dentro de este plan las vidas de los italianos, pero sobre todo las de los jóvenes y las de los ciudadanos que vendrán. La esperanza de quienes han sufrido la pandemia, la reivindicación de quien no tiene trabajo o lo ha perdido, de quien ha cerrado su actividad para frenar los contagios o el ansia de los territorios desfavorecidos. Pero dentro de los programas que presentamos hoy está, sobre todo, el destino del país. Su credibilidad y reputación como fundador de la Unión Europea y protagonista del mundo occidental. Son sentimientos de nuestra comunidad nacional que ninguna tabla o cifra podrá nunca representar”.

Seis misiones

El plan está dividido en lo que el Ejecutivo llama seis “misiones”. La digitalización del país, que lidera el ministro de Innovación Tecnológica y Transición Digital, Vittorio Colao (ex consejero delegado de Vodafone), se llevará 49.200 millones de euros; la transición ecológica de todo el sistema productivo recibirá 68.600 millones de euros y estará presente en todos los proyectos. Para las viejas infraestructuras del país se destinarán 31.400 millones de euros, de los que se beneficiarán las líneas de alta velocidad, especialmente en el sur del país: “Si crece el sur, crece Italia”, recordó Draghi.

La educación recibirá 31.900 millones de euros, con los que se quieren crear 152.000 plazas para guarderías públicas, y 76.000 puestos más para primaria. También se destinarán 26.000 millones a mejorar las conexiones de transporte entre el norte y el sur del país. Algo menos para las políticas de inclusión, para las que se ha reservado una partida de 22.400 millones de euros, o para la salud, unos 18.500 millones, con los que se reforzará la medicina territorial y de proximidad. El problema endémico de corrupción e ineficiencia del país lo tiñe todo de una cierta sospecha. En parte por ello, se podrán controlar la distribución y ejecución de estos fondos a través de una plataforma digital de acceso para todos los ciudadanos.

Italia, si cumple los objetivos, crecerá 3,6 puntos por encima del PIB previsto para 2026 y creará empleo para paliar la crisis de la covid. Un proyecto que remite al auge económico y cultural de los años 60, pero con un acento menos estadounidense y más europeo. Un periodo en el que el país tenía una estabilidad política que duró hasta los años 70, cuando comenzó el terrorismo. Una fase de optimismo, de calle, luz y esplendor industrial con empresas como Fiat, con el lanzamiento del mítico 500 y una fábrica en Turín con un millón de obreros. Justo donde comenzó el primer proceso de unificación europea que desemboca en el Plan de Recuperación. Pero desde entonces, los avances fueron escasos.

Italia lleva posponiendo dos décadas las grandes reformas que le pide Europa. Pero esta vez, la condición básica para recibir los fondos pasa por el diseño de una restructuración de, al menos, cuatro grandes áreas. Empezando por la Justicia Civil, que deberá agilizarse para garantizar el derecho a reclamar de los inversores extranjeros. Draghi se comprometió el lunes a reducir en un 40% los tiempos para los procesos civiles y en un 20% para los penales. “Todos queremos un sistema judicial más eficiente”, señaló.

El primer ministro, además, reiteró su compromiso con desarrollar una reforma fiscal, que debería simplificar el proceso del pago de impuestos y rebajar algo la presión fiscal; el cambio integral de la Administración Pública, tantas veces fracasado y que pasa ahora por la digitalización total; y la implantación total de la libre competencia en determinados sectores, donde todavía operan monopolios públicos que han derivado en servicios decadentes y deficitarios (Roma, congelada en algún lugar de hace al menos 20 años, es el mejor ejemplo). Un desafío titánico que, antes de la llegada de Draghi, quizá pocos fuera de Italia hubieran tomado en serio.

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