El ocurrente Lilís, en los finales del siglo antepasado, fue invitado a cenar a casa de un compadre. Aceptó por el afecto, la distinción y porque quería comprobar el chisme.

Desde que asomó al lugar fue de maravilla en maravilla.

Descubrió de entrada que la residencia era de las más fastuosas de la villa de Santo Domingo, en un tiempo en que la miseria era la media.

La mesa bien puesta, con manteles bordados, platos de la mejor porcelana francesa, cubiertos de plata y opíparo banquete.

El tirano estaba fascinado con las atenciones del papá de su ahijado, que lo trataba a cuerpo de rey. Sin embargo, lo traicionó su naturaleza repentista, no se contuvo, y soltó una de las suyas que la historia recoge como memorable:

“ Compadre, cómase el pollo, pero esconda las plumas ”.

Desde entonces, repito que a finales del siglo antepasado, conviene que el gobernante de turno se haga invitar o visite de sorpresa a sus cercanos.

Solo para ver cómo viven. Si con larguezas o precariedades, pues los lujos saltan a la vista y la buena vida es afrentosa: se presenta sola.

En Roma, y el César lo sabía, su mujer, además de ser seria, tenía que aparentarlo.

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