Merkel sale al rescate de Laschet y llama a la movilización en la recta final de la campaña

Los democristianos de Angela Merkel están convencidos de que todavía pueden mantener la Cancillería. Se ven fuertes; son el partido del centro, el que arregla la economía, el que el votante alemán asocia a la estabilidad y la solvencia. O al menos esa impresión dieron este viernes en el último acto de campaña en Múnich. La sensación era de sprint final, de que no es demasiado tarde para acabar de convencer a los indecisos, más numerosos a estas alturas que en otras elecciones. “Faltan 50 horas para que cierren los colegios electorales”, dijo muy seria Angela Merkel. “Hay que usarlas todas”. La canciller salió una vez más al rescate del candidato de su partido, Armin Laschet, al que hasta hace escasas semanas se había resistido a apoyar públicamente. Hasta la recta final no le ha lanzado un salvavidas, con tres actos de campaña en cinco días. Este sábado también le acompañará en Aquisgrán, su ciudad natal.

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“No da lo mismo quién gobierne Alemania”, advirtió en al menos cuatro ocasiones Merkel durante su intervención, en referencia a la posible coalición de izquierdas que podría liderar el socialdemócrata Olaf Scholz si consigue pactar un tripartito con Los Verdes y Die Linke (La Izquierda), la formación poscomunista. Ellos quieren subir los impuestos; los conservadores bajarlos. Ellos quieren lidiar con la crisis climática a golpe de prohibición; la unión de CDU y CSU apuesta por los progresos tecnológicos. Tras dejar claro cómo tampoco la seguridad interna ni el papel internacional de Alemania estaría en buenas manos con un Gobierno de izquierdas, Merkel resumió lo que ofrece Laschet: continuidad, certidumbre. “Para que Alemania siga siendo estable tiene que gobernar Armin Laschet”, exclamó.

A ese concepto van a apelar los conservadores en los últimos dos días —en Alemania no hay jornada de reflexión— antes de los comicios. La elección del lugar para cerrar la campaña no fue casual. Además de contar con el apoyo de Merkel, la figura más respetada de la política alemana, a la que los electores todavía votarían una vez más si pudieran, Laschet estuvo arropado por otro peso pesado conservador, Markus Söder. El bávaro, presidente de la Unión Socialcristiana (CSU), el partido hermano de la Unión Cristianodemócrata (CDU), intentó arrebatar a Laschet la candidatura conjunta que presentan las dos formaciones. La pugna, aireada en público para disgusto de los alemanes, poco acostumbrados a tanto drama, afectó a la imagen de Laschet. Salió vencedor, pero con el estigma de ser un líder débil al que no apoyaba ni su propio partido.

Luego todo fue cuesta abajo. Su manejo de la pandemia como presidente de Renania del Norte-Westfalia, el Estado más poblado del país (18 millones de habitantes) y de las inundaciones de julio pasado pusieron en cuestión su capacidad para gestionar crisis. El último clavo del ataúd se lo clavó él mismo. Las cámaras captaron su imagen en segundo plano, riéndose a carcajadas, mientras el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, mostraba sus condolencias a las víctimas. El vídeo se hizo viral y sus disculpas no han podido borrar esa imagen de la cabeza de los alemanes. La CDU-CSU vivió semanas de pánico cuando Scholz les adelantó en intención de voto a finales de agosto. Una encuesta llegó a dar un 19% de intención de voto a un partido que siempre creyó que su suelo era el 30%.

Si la Unión tiene miedo de pasar a la oposición, en el recinto del Nockherberg, un conocido restaurante de cocina tradicional bávara, no se les notó. En una sala cerrada, donde se veían pocas mascarillas, los delegados aplaudieron durante minutos a Merkel, primero, y después a Söder y Laschet, que fue ovacionado antes y después de su intervención. El lema por el que se guiarán los conservadores estos últimos dos días colgaba de dos enormes carteles: “Para que Alemania se mantenga estable”.

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Pese a ser el final de campaña, no fue un acto público. Fuera, en el jardín del restaurante, grupos de muniqueses, muchos vestidos con dirndl y lederhosen, los trajes tradicionales bávaros, celebraban el Oktoberfest ajenos al encuentro de los políticos. “Me han dicho que están aquí Merkel y Laschet, pero no les he visto. A ella la respeto pero no votaré a su partido ni a su candidato”, decía Klaus, estudiante de Ingeniería, sentado frente a una jarra de litro de cerveza. Por la mañana había estado en la manifestación por el clima organizada por Fridays for Future: “Tengo 20 años y sí, para mí es la mayor preocupación”. Solo en Múnich unas 12.000 personas –según la Policía, la organización habló de 29.000– exigieron más decisión a los políticos para combatir el cambio climático. Si estas elecciones dependieran de los jóvenes de entre 18 y 29 años, el país tendría su primera canciller verde.

El líder bávaro, muy enérgico, aseguró que los conservadores podrán darle la vuelta a los pronósticos. “Alemania no puede volver a ser el campo de experimentación de las ocurrencias de la izquierda. Esa tropa no puede gobernar el país”, exclamó. En las escasas horas que quedan para que cierren los colegios, los democristianos apelarán a sus clásicos: bajada de impuestos, facilidades a las empresas y creación de empleo. Y continuidad del legado de Merkel. Todavía hay tiempo para alguna foto más con la canciller.

Laschet también alertó contra un gobierno de izquierdas y, como Söder, agradeció a Merkel sus 16 años de Gobierno. Al principio se reivindicó. Dijo que él no es como Merkel, ni como Kohl, ni como nadie más, que tiene sus propias ideas. Durante la campaña quien ha conseguido capitalizar el legado de la canciller, presentarse a los electores como su sucesor natural, ha sido Scholz, pese a ser de otro partido.

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