Un mural homoerótico en un parque público de Santiago reabre el debate sobre los límites del arte

A comienzos de marzo de 2012, en un parque del centro de Santiago de Chile, una pandilla neonazi le dio una golpiza a Daniel Zamudio, de 24 años, por ser homosexual. La agresión fue tan brutal que el joven murió tras 27 días de agonía. Uno de los homenajes en el décimo aniversario de su muerte consistió en un mural en la plaza donde ocurrió el suceso. En la obra aparecían escenas explicitas de sexo entre hombres, que generaron una ola de rechazo liderada por la Defensoría de la Niñez. Por orden del municipio, el mural apareció este martes tapado de pintura blanca después de que una banda que se define como anticomunista escribiese sobre él. La acción de las autoridades llenó de indignación a los artistas, quienes denuncian censura.

El mural, calificado por vecinos, organizaciones e incluso por la familia de Zamudio de “pornográfico”, y por los especialistas en arte urbano de “reivindicativo”, ha reabierto el debate sobre los límites de las obras artísticas en el espacio público.

Las imágenes de felaciones y hombres con los ojos vendados y encadenados practicando sexo escandalizaron a varios vecinos de la Plaza San Borja, por la que circulan las familias del barrio residencial. La Defensora de la Niñez, Patricia Muñoz, fue alertada del contenido por redes sociales y se puso en contacto con el municipio para solicitar que borraran el mural. “Estamos hablando de pornografía. [El mural] tiene que ver con un ámbito privado, donde las personas elijan ir a verlo. Aquí se imponen imágenes pronográficas que no toman en cuenta a los niños, sujetos de derechos que tenemos que integrar y proteger”, apunta. “Todavía no tenemos claro si el mural fue autorizado o no”, agrega Muñoz, poniendo en duda la versión oficial del municipio liderado por la alcaldesa comunista Irací Hassler, que asegura no haberlo autorizado.

El estupor ante la obra del colectivo de artistas eróticos Ojo Porno llegó hasta la casa de los Zamudio. Iván Zamudio, padre de uno de los iconos de la comunidad LGTBIQ chilena, critica que el mural “no era un homenaje”. “Este tipo de expresiones no son de respeto, para mí es pronográfico”, afirma por teléfono. “Es contraproducente para nuestra lucha, que es que se respete a estos chiquillos. [Los autores de la obra] se están expresando de una manera que me parece inadecuada”, agrega.

Desde el asesinato del joven gay, algunos vecinos y activistas hablan de la “plaza Daniel Zamudio” en vez de “plaza San Borja”. Uno de los deseos de su padre es que esa costumbre oral se oficialice: “Sería un orgullo, doloroso, pero un orgullo”. La muerte de Daniel impulsó la creación de la ley antidiscriminación, popularmente conocida como ley Zamudio.

Los muros, estatuas y bancos del centro de Santiago se convirtieron en los lienzos de los manifestantes que participaron de las protestas de octubre de 2019 contra las desigualdades sociales. Desde entonces, la fachada del corazón de la capital se ha limpiado y vuelto a rayar en reiteradas ocasiones. “El espacio público es de todos y no es de nadie”, plantea Ignacio Szmulewicz, historiador especialista en arte contemporáneo. “El Estado tiene que hacer lo mejor posible para preservarlo y cuidarlo. Si alguien raya un monumento, hay que restaurarlo, pero lo van a volver a rayar. Lo quieras o no. Con educación o no, porque el disenso se expresa en el espacio público”, agrega.

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Josefina Andreu, directora de Metro 21, una galería de arte urbano, considera que lo grave de lo ocurrido en relación al mural no es que mostrara de manera explícita el erotismo, sino “la violencia con que fueron atacados y censurados en redes sociales y en el espacio público” los creadores de la obra. “Se perpetúa la violencia que ha marcado ese lugar”, lamenta. Andreu le quita hierro a que las imágenes hayan sido explícitas porque, considera, los menores están constantemente expuestos a imágenes súper gráficas.

“Que eso sea traspasado al espacio público, personalmente y como mamá, no creo que violente a los niños sino que naturaliza el tema, que es algo que falta mucho en Chile. Si las obras incitaran a la violencia sexual o la pedofilia, estaría de acuerdo con la defensora de la Niñez, pero mostraba un tipo de sexo, el homoerótico, y creo que eso es lo que generó tanta polémica”, concluye.

Sobre el mural, Szmulewicz remarca que el ADN del arte es empujar las fronteras de lo convencional y recuerda las obras de la brigada Ramona Parra, icono de la Unidad Popular, que fueron censuradas durante la dictadura y que hoy son parte de la tradición chilena. “Ahora están moviendo las fronteras de la disidencia sexual, que tienen muy poco espacio para la visibilidad alrededor de la esfera pública”. “Este debate lo estamos teniendo gracias a que es una obra de arte hecha por un colectivo de la que unos dicen ‘no quiero ver’ y otros que sí”, añade.

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