Cuando hace o dice alguna tontería, mi primo Pablo siempre suelta un “es que soy de la LOGSE”. Lo que no cuenta es que, como yo, después fue de la LOPEG, un poco más tarde de la LOCE y tras ello de la LOE. Yo me quedé en la LOMCE, que a su vez ha sido sustituida por la LOMLOE.

Desde la Transición, hemos tenido siete presidentes del Gobierno y ocho leyes educativas, lo cual implica que tocan a más de una por barba. Y eso que José María Aznar tenía bigote, Adolfo Suárez y José Luis Rodríguez Zapatero iban siempre afeitados y Leopoldo Calvo-Sotelo duró en La Moncloa lo que un caramelo en la puerta de un colegio.

En 2005, la LOE estaba a punto de entrar en vigor y yo tenía 15 años. Iba a cuarto de la ESO, así que empecé a cursar Ética, que entonces era obligatoria. Como empezaba a interesarme por el socialismo, Alejandro, mi profesor, me mandó trabajar sobre Utopía, de Tomás Moro, y Walden dos, de B. F. Skinner. De su mano conocí a Marco Aurelio y aprendí algo de lógica.

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Cuando llegué a la universidad comprobé cómo había a quienes les sonaban Foucault y Lyotard de verlos en la biblioteca de sus padres y luego estábamos los que en casa solo teníamos una enciclopedia, unos pocos libros del Círculo de Lectores y algún tomo suelto de las colecciones de los periódicos. Concretamente, el primero de cada, pues era el que venía gratis. Los que no tenían eso siquiera, casi nunca iban a la universidad.

En mi caso y, sobre todo, en el de estos últimos, fue gracias a Alejandro como descubrimos la Filosofía. Hace un par de años intenté encontrarlo. Y, aunque no lo conseguí, de vez en cuando le doy las gracias en la distancia.

Si hubiera nacido 15 años después, probablemente no habría conocido ni a Tomás Moro ni al emperador filósofo: una de las novedades que introduce la actual reforma educativa es que la Filosofía deja de estar en la lista de optativas que los institutos están obligados a ofertar en cuarto. Su presencia dependerá de las comunidades autónomas.

Otra de las aspiraciones de la LOMLOE es “cambiar el actual modelo enciclopédico por otro basado en la aplicación de conocimientos”. Los publicistas de Moneyman, una empresa de créditos de estas que se anuncian por la tele para estafar a la clase obrera, piensan parecido. En 2020, hicieron un anuncio afirmando que sus créditos tenían el mismo interés que la lista de los reyes godos: cero. Atinadamente, el catedrático Luis A. García Moreno les respondió que los reyes godos sí tenían interés, pues su “Fuero juzgo” fue considerado Derecho Supletorio hasta la promulgación del Código Civil. “Es decir”, explicó, “que hasta esa fecha, ese feliz necesitado del dinero del anuncio hubiera podido basarse en una ley de los reyes godos para demandar a la casa de préstamos si se consideraba lesionado por usura”.

Me imagino a Julio, mi profesor de Historia, que en paz descanse, preguntándose cómo se aplican los conocimientos sobre la Revolución Francesa o las milicias concejiles si no es colgando de una pica a los poderosos.

Poderosos que, por cierto, rara vez llevan a sus hijos a colegios públicos. Las hijas de la exministra de Educación, Isabel Celáa, estudiaron en un concertado segregado por sexo. El chaval de la actual, Pilar Alegría, va uno privado y francés. Y así, claro, es fácil hacer y deshacer. Total, quienes van a pagar sus ocurrencias son los críos del populacho.

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