Un mal acuerdo nuclear con Irán es mejor que ningún acuerdo

Después de 16 meses de tortuosas negociaciones con Irán, estas podrían estar llegando a su fin. Pase lo que pase, el resultado no será “más prolongado y más fuerte” que el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) firmado por la administración de Obama en 2015, como esperaba el presidente Biden. Desde que Trump declarase el PAIC “el peor acuerdo de la historia” y se retirase unilateralmente en mayo de 2018, el programa nuclear iraní ha avanzado hasta poner al país al umbral de conseguir un arma atómica.

Irán ha enriquecido 18 veces la cantidad de uranio permitida por el PAIC, en algunos casos hasta niveles del 60%, acercándose a los requerimientos para fabricar armas, y ha limitado el acceso del Organismo Internacional de Energía Atómica a sus instalaciones. Un nuevo acuerdo significaría que tendría que entregar prácticamente todo el uranio acumulado, pero lo aprendido no puede desaprenderse. Al mismo tiempo, el haber enriquecido el uranio más allá de cualquier uso civil contradice las repetidas aserciones de los líderes iraníes de que su programa nuclear es exclusivamente civil.

Tanto en EEUU como en Irán existen poderosas fuerzas contra un acuerdo. Los republicanos ―y algunos demócratas― expresan su indignación de que Irán se haya negado a negociar directamente con su país y denuncian que las negociaciones fortalecen a Rusia y China, que en los últimos años han intensificado sus vínculos comerciales, políticos y militares con Irán. Exigen, además, vincular el acuerdo a un cambio en la política exterior iraní, en particular su apoyo a milicias en Oriente Medio, lo cual parece poco realista.

En Irán, el ahora presidente Ebrahim Raisi pertenece al sector duro ―que incluye al ayatolá Alí Jamenei― para el cual la República Islámica debe mantener su hostilidad ante EE UU e Israel porque esa es su raison d’être. Considera que una actitud más conciliadora pondría en riesgo su credibilidad y, por ende, su supervivencia. Por otra parte, ciertas elites iraníes se benefician de las sanciones, ya que una economía más abierta traería competencia, amenazando su control sobre los recursos del país.

Recientemente, se ha revelado un intento de asesinato contra el antiguo asesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, principal artífice de la campaña de “máxima presión” de sanciones contra Irán. Sería la venganza de la Guardia Revolucionaria por el asesinato de Qasem Soleimani, líder de su división en el extranjero, la Fuerza Quds. Incluso es posible que ciertos sectores del régimen estén detrás del intento de asesinato contra Salman Rushdie para descarrilar las negociaciones.

Pero si Jamenei no desea ver un Irán completamente integrado en el orden internacional, también sabe que las severas sanciones que sufre la población podrían amenazar la estabilidad del régimen. Además, es consciente de tener la sartén por el mango porque, por un lado, los países occidentales están deseosos de ver más petróleo en los mercados y, por otro, saben que no existe alternativa a un acuerdo.

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El director de la CIA, William Burns, que participó en la redacción del PAIC, escribió que este acuerdo había sido posible gracias a una “diplomacia obstinada, respaldada por el peso económico de las sanciones, el peso político de un consenso internacional, y el peso militar del uso potencial de la fuerza”. Las sanciones han sido reforzadas, pero no han logrado doblegar la voluntad del régimen iraní. En cambio, el consenso internacional ha desaparecido y el empleo de la fuerza no es creíble en un contexto en el que EE UU ha mostrado su reticencia a intervenir militarmente en el extranjero después de los fracasos de Irak y Afganistán, de los que Irán ha salido fortalecido.

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