Putin lleva la guerra a su fase más peligrosa tras sufrir graves reveses

Vladimir Putin, en la ceremonia en la que declaró la anexión de las provincias ucranias de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, el viernes en Moscú.
Vladimir Putin, en la ceremonia en la que declaró la anexión de las provincias ucranias de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, el viernes en Moscú.SPUTNIK (via REUTERS)

La guerra de Rusia en Ucrania ha entrado en una fase crucial e incierta. Las sustanciales pérdidas en el campo de batalla ante los avances del ejército ucranio —como el de este sábado en Liman— en un territorio en el que el presidente Vladímir Putin, en su afán por redibujar fronteras por la fuerza, considera ya parte de Rusia, persiguen al jefe del Kremlin. En su huida hacia adelante, ha elevado el tono en sus amenazas nucleares, en una estrategia de escalar para desescalar que lleva a la guerra a su momento más peligroso desde el inicio del conflicto, el pasado 24 de febrero. Putin está perdiendo batalla a batalla y ha recalcado que no va de farol en sus advertencias. La OTAN y la UE han alertado de que el riesgo de guerra nuclear es real. “Es la escalada más seria desde que empezó el conflicto”, remarcó el viernes el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg.

La anexión ilegal de cuatro regiones ucranias firmada el viernes por Putin; su desesperada orden de movilización militar, que ha agitado el país; las incesantes amenazas nucleares y una retórica del Kremlin contra Occidente cada vez más furiosa suponen cuatro puntos pivotantes en la guerra a gran escala lanzada por el presidente ruso en su voraz apetito imperialista. Putin maniobra ahora con sus nuevos reclutas como peones, a la espera de que llegue el invierno para reubicarse y reabastecerse, sostiene una fuente de una agencia de inteligencia occidental. Mientras, a la vez que ahonda en un discurso ultranacionalista destinado a contener el creciente descontento en casa, se enroca en avisos cada vez más duros, con los que trata de enfrentarse al avance de las fuerzas ucranias y cortar el envío de armas de largo alcance de los aliados a Kiev.

No es fácil encontrar paralelismos históricos en la guerra de Rusia contra Ucrania, señala Luis Simón, director del Instituto Elcano en Bruselas, sobre todo por el hecho de que Moscú sea una potencia nuclear. “Si bien las armas nucleares no han entrado en juego de forma directa, sí lo han hecho de forma indirecta y acotan los parámetros de interacción de ambas partes. También las posibles modalidades de participación de Occidente en el conflicto”, apunta Simón.

El Kremlin ha asegurado que, tras la anexión ilegal de las regiones ucranias de Jersón, Zaporiyia, Lugansk y Donetsk —que la comunidad internacional ha rechazado rotundamente—, un ataque en esos territorios sería tratado como un ataque a Rusia. En el furioso discurso con el que firmó el decreto de anexión, Putin no dio apenas detalles nuevos sobre las amenazas nucleares que inquietan a las capitales occidentales, pero sembró de nuevo su discurso del miedo al recordar que Estados Unidos ha sido el único país en usar armas nucleares en guerra. Y esto, según sus palabras, “creó un precedente”.

Orysia Lutsevych, directora del Foro de Ucrania en el programa de Rusia y Eurasia en Chatham House, incide en que Putin busca el caos y ve sus últimas maniobras y las amenazas nucleares como un “chantaje”. “Debemos ser responsables y no hablar de probabilidades sin tener información. Y no la tenemos. Estamos hablando de una persona que tomó la decisión final de invadir Ucrania un día antes de hacerlo”, señala. “Ucrania está ganando la guerra y no capitulará, incluso si usan ese armamento nuclear táctico no se rendirá”, mantiene Lutsevych.

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Jamie Shea, que ha desempeñado varios puestos clave en la OTAN, describe tres fuerzas dinámicas en juego que, en función de cómo interactúen y se desarrollen, determinarán el resultado de la guerra: los avances del Ejército ucranio en territorio que ahora Putin considera Rusia, el descontento provocado por la movilización y la escalada imprudente que aúna ataques indiscriminados a infraestructuras civiles ucranias, amenazas nucleares e incluso, dice el antiguo oficial de la OTAN, “el sabotaje de gasoductos en el mar Báltico (al menos eso es lo que indican las pruebas circunstanciales)”.

Volodímir Zelenski, en una reunión del Consejo de Seguridad de Ucrania, el viernes en Kiev.
Volodímir Zelenski, en una reunión del Consejo de Seguridad de Ucrania, el viernes en Kiev.UKRAINIAN PRESIDENTIAL PRESS SER (via REUTERS)

“Putin obviamente está tratando de asustarnos para que hagamos concesiones, pero su estrategia de escalada imprudente también conlleva riesgos para él”, señala Shea, ahora profesor de Seguridad y Estrategia en la Universidad de Exeter. “Rusia está cada vez más aislada. Incluso los amigos de Moscú, como China, Serbia y Kazajistán, han reaccionado con frialdad a los falsos referendos en Ucrania”, añade el experto. Además, señala, los ataques nucleares rusos tendrían consecuencias catastróficas para Rusia que van mucho más allá de las sanciones adicionales. Sin olvidar las consecuencias internas que pueden tener todos estos movimientos para el líder ruso. “La escalada del Kremlin hacia pasos aún más arriesgados bien podría provocar que el sistema de seguridad ruso se levantara contra Putin y busque la paz”, dice Shea.

Avisos antes del ataque nuclear

Nikolái Sókov, que formó parte del equipo negociador ruso de los acuerdos de desarme START I y II, cree que la situación está aún lejos de la catástrofe y que el Kremlin mandaría varios avisos antes de dar el paso a un ataque nuclear. “Podría usar armas convencionales u otras medidas. Podría incluso recurrir a un test nuclear subterráneo”, pronostica. “En cualquier caso, seremos capaces de ver que la situación está volviéndose más peligrosa y aguda. Un ataque nuclear sorpresa no es una de las cartas”, recalca Sókov, ahora analista del Centro de Viena para el Desarme y la No Proliferación.

El frío se acerca y a las fuerzas ucranias y rusas les aguarda un largo camino por delante para completar sus objetivos. En Bélgorod, ciudad rusa fronteriza con la ucrania Járkov, han surgido como champiñones puestos de ropa militar que venden prendas de abrigo a los soldados profesionales. Los reclutas que forman parte de la caótica movilización decretada por Putin la semana pasada empiezan a llegar al frente. Algunos han contado que ni siquiera tienen equipación, que en el centro de reclutamiento les han entregado una lista de las cosas que deben llevar al frente, en la que se incluyen objetos tan básicos como calzado adecuado para invierno y ropa.

Pero Putin, el antiguo jefe de los servicios secretos rusos, el hombre que llegó al poder en gran medida por la sangrienta guerra de Chechenia y apoyado en la oligarquía, quien ha acabado con la oposición y ha segado todo brote de sociedad civil organizada, también batalla para mantenerse en el poder en casa. La ciudadanía no ha recibido la anexión ilegal de las cuatro provincias ucranias con el júbilo nacionalista con el que reaccionó con Crimea en 2014. La movilización y los reclutamientos indiscriminados han derivado en una contestación pública poco habitual en una Rusia que castiga duramente a quien protesta y que había mantenido la cabeza sumergida en la arena —u oculta en un barreño de propaganda del Kremlin— sobre una supuesta operación para “desnazificar” Ucrania. El país asiste, además, a la huida de miles de hombres para evitar ser reclutados.

Según un sondeo hecho esta semana por el centro de encuestas Levada, menos de la mitad de los rusos (un 48%) apoyan seguir con la guerra en la primera semana de llamadas. Putin necesita carne de cañón para alimentar su guerra en Ucrania y los reclutamientos seguirán. Prueba de ello, apunta la politóloga Ekaterina Shulman, es que esos mismos centros han pospuesto hasta noviembre la convocatoria anual de jóvenes que deben hacer la mili obligatoria—eximidos por ley de ir al frente— hasta noviembre.

Moscú también empieza a ver cómo le pasan factura las sanciones, una tormenta que logró sortear tras la invasión por los altos precios de la energía. El castigo occidental ha pegado un buen bocado a sus exportaciones y también a las importaciones de productos claves para su industria de defensa, que, según fuentes de inteligencia, está en una situación difícil.

A medida que Putin eleva el tono y la guerra en Ucrania se vuelve más incierta, Occidente mide con extremo cuidado sus siguientes pasos. EE UU y la UE se han embarcado en una discreta, pero también frenética cruzada diplomática, con un tono mesurado que persigue evitar la narrativa del Kremlin de que todo es en realidad un conflicto de poder entre Rusia y Occidente. “Europa no está en guerra”, ha insistido el secretario general de la OTAN.

Mientras, los Veintisiete se apresuran a aprobar medidas de ahorro, de eficiencia energética y a intervenir los mercados para frenar las consecuencias de otra batalla: la guerra económica del Kremlin contra la UE, en la que el presidente ruso utiliza la energía como arma para fragmentar la unidad de los socios, que han mantenido firme su apoyo a Ucrania. Para esa batalla, avivada por la inflación y la semilla del descontento, el invierno también será crucial.

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