¿‘Nuestros’ principios o los de todos?

La revuelta de Irán y la serie de protestas que sacaron a miles de personas a la calle en China han vuelto a poner en el centro del debate, quizá la más antigua y relevante de las guerras culturales, la cuestión del universalismo frente al particularismo. ¿Hay principios que podemos predicar con carácter universal o estos están siempre limitados por condicionamientos culturalistas? Ojo, esta no es una cuestión pacífica en la filosofía, que siempre tiende a ver con sospecha todo lo que huela a universalismos supuestamente fundados sobre la razón. Y, desde luego, es aprovechado por los regímenes autoritarios para justificar por qué se separan de lo que en Occidente tendemos a dar por supuesto, eso que, por simplificar, llamamos derechos humanos. La cuestión es puñetera, porque en nuestra tradición conviven dos principios siempre llamados a entrar en colisión: el de la autonomía del sujeto para decidir por sí mismo cómo quiere vivir, y el del necesario respeto a los particularismos culturales, una derivación del principio de tolerancia.

El caso de Irán nos presenta esta disyuntiva de un modo más que meridiano, el deber de someterse a preceptos supuestamente religiosos impuestos por el Estado frente al derecho a disentir de esta medida. El aspecto difícil es el de la imposición. Si las niñas y mujeres desearan someterse a la práctica religiosa, no es mucho lo que podríamos hacer; el punto decisivo es que se prohíba llevarlo a cabo. Aquí estaría la línea roja. Con todo, bien sabemos que hay algo más en estas protestas, la puesta en cuestión de la dictadura teocrática en su conjunto, la reivindicación del fundamento mismo sobre el que se erigen los derechos, la libertad y la igualdad. Y esto enlaza con lo de China, aunque se trate de situaciones bien distintas. No creo que allí haya un desafío mayoritario al régimen. Pero entonces, ¿por qué suprimir la voz a quienes en un momento dado desean elevar una protesta? ¿Es aceptable reivindicarlo para nosotros y negárselo a otros?

La relativización culturalista de los derechos humanos tiene mucho que ver con nuestra falta de ejemplaridad a la hora de proceder a su respeto. Pero el que una norma moral se cumpla de forma imperfecta no tiene por qué negar su validez. Formulémoslo en sentido negativo, no como bienes que proteger, sino como males que evitar. Seguro que, por ejemplo, si a usted se le acusa de algo, desea que lo sometan a un juicio justo, con las garantías procesales debidas, o que no se le torture; o prefiere poder criticar a su Gobierno antes que someterse pasivamente a sus dictados. ¿Cree de verdad que un iraní o un chino preferiría algo distinto si se le dejara elegir?

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