El mito del líder fascista Stepan Bandera solivianta a los aliados de Ucrania

Los conflictos diplomáticos entre Ucrania y sus aliados en la guerra contra Rusia son excepcionales, salvo cuando se trata de uno de sus héroes de la historia moderna, Stepan Bandera. Fascista y cabecilla del nacionalismo ucranio en las décadas de los treinta y cuarenta del siglo XX, su idealización en los últimos años es motivo recurrente de rencores internacionales. El último ejemplo se produjo el 2 de enero, cuando la Rada, el Parlamento ucranio, compartió en sus redes sociales una cita patriótica y una foto de Valeri Zaluzhni, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Ucranias, posando junto a un retrato de Bandera.

Cada mes de enero se repiten las protestas diplomáticas de Polonia e Israel cuando las instituciones ucranias conmemoran el nacimiento de Bandera (1909). La Organización de Nacionalistas Ucranios (OUN), grupo que lideraba Bandera, y su brazo armado, el Ejército Insurgente Ucranio (UPA), llevaron a cabo entre 1943 y 1944, en sintonía con las fuerzas ocupantes nazis, una limpieza étnica en Galizia y Volinia, en el oeste de Ucrania. Entre 50.000 y 100.000 polacos fueron asesinados por la UPA. Además, cerca de 5.000 de sus miembros colaboraron como policías en el Holocausto en Ucrania —donde fueron asesinados cerca de 1,5 millones de judíos, según los recuentos aportados por el periodista alemán Lutz Kleveman en el libro Lemberg, Die vergessene Mitte Europas (Lemberg: el centro olvidado de Europa).

La Rada suprimió el mensaje y borró la fotografía de Zaluzhni tras una ola de protestas, entre estas, las del Gobierno polaco. Polonia es el socio más fiel que tiene Ucrania en la Unión Europea durante la guerra, un apoyo que Kiev no puede permitirse perder. Las autoridades polacas también criticaron el pasado noviembre que Andrij Melnyk fuera nombrado viceministro de Exteriores. Melnyk fue relevado el pasado julio como embajador en Alemania pocos días después de provocar un gran revuelo al defender a Bandera en una entrevista. Lo hizo con los argumentos habituales que esgrimen los líderes políticos ucranios: que Polonia también masacró a miles de ucranios, que la UPA era una tropa de defensa y que no participaron directamente en el fusilamiento de judíos. “Esto es una narrativa rusa que ha calado en Alemania, Polonia e Israel”, afirmó Melnyk.

La comunidad académica internacional también considera a Bandera y a sus seguidores como ultranacionalistas y antisemitas. “Bandera, como individuo de un nacionalismo extremo y con una visión antisemita, me resulta extremadamente poco atractivo y peligroso”, afirma por escrito a EL PAÍS Philippe Sands, profesor del University College de Londres y uno de los expertos más reconocidos en genocidios y crímenes contra la humanidad.

Eugene Finkel, profesor de la Universidad John Hopkins de Estados Unidos y destacado experto sobre el mundo eslavo, compartió en su cuenta de Twitter una reflexión sobre el incidente provocado por la Rada: “Bandera habría odiado una Ucrania democrática y liberal. Habría sido el primero en asesinar a su presidente judío [Volodímir Zelenski es judío]”. Finkel apuntó que “es comprensible que en tiempos de guerra la popularidad de Bandera crezca, pero esta guerra es también una oportunidad para crear nuevos símbolos y héroes nacionales inclusivos”.

Finkel añadió algo igual de relevante: los elogios a Bandera “son un regalo para la propaganda rusa”. Tras la elección de Melnyk como viceministro de Exteriores, el ministro de Defensa polaco, Mariusz Błaszczak, afirmó en referencia a Putin: “Lo que es seguro es que habrá alguien satisfecho con su nombramiento, el inquilino del Kremlin”.

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Marcha en homenaje a Bandera, en enero de 2020 en Kiev.VALENTYN OGIRENKO (Reuters)

La piedra angular de la desinformación rusa es que Ucrania está gobernada por nazis y seguidores de Bandera. El origen de ello se remonta a 2014. Durante la revolución del Maidán que derrocó al presidente prorruso Víktor Yanukóvich, la extrema derecha, claramente minoritaria entre los manifestantes, fue especialmente activa en las protestas. Estos grupos ultranacionalistas empezaron a introducir en el imaginario colectivo ucranio símbolos del UPA y de la OUN que han calado masivamente durante la invasión. La bandera ucrania roja y negra, visible en todas partes en el país, era la bandera de las organizaciones lideradas por Bandera. El saludo habitual patriótico hoy entre ucranios ―“Gloria a Ucrania, gloria a los héroes”— fue popularizado en los años treinta por la OUN. No solo eso: el día del Defensor de Ucrania es un festivo introducido por el expresidente Petro Poroshenko en 2014 que coincide expresamente con la fecha del aniversario de la fundación del UPA.

En Jamais frères? (¿Nunca hermanos?), libro publicado en Francia en 2022, la experta en sociedades postsoviéticas Anna Colin Lebedev describe de esta manera la normalización de unos símbolos que hoy no conservarían el significado original: “Progresivamente, los ucranios aceptaron a Bandera como una figura de resistencia a la opresión más que como el dirigente de un movimiento extremista, progresivamente reinterpretaron el eslogan nacionalista como un grito patriótico más que una llamada a las armas”. La extrema derecha no tiene representación parlamentaria y solo se encuentra entre las filas de unos pocos batallones del ejército, los más conocidos, el Azov y Pravi Sektor. Hasta la guerra, Zelenski había sido tradicionalmente despreciado por el nacionalismo ucranio al considerarlo demasiado conciliador con Rusia.

Víctima de los nazis

Un argumento esgrimido por políticos e historiadores ucranios a favor de Bandera es que este fue detenido en 1941 e internado por los alemanes en el campo de concentración de Sachsenhausen después de su apuesta por declarar la independencia de la Ucrania occidental en contra del parecer de Hitler. Dos de sus hermanos murieron en Auschwitz. Bandera jamás volvió a Ucrania, residió en Alemania, donde fue asesinado por agentes del KGB en 1959. “A partir de su arresto, Bandera no tenía el control operativo de las fuerzas que llevaban su nombre [banderistas, según la terminología soviética]”, según escribe el historiador Serhii Plokhy en su aclamado ensayo Las puertas de Europa, “se convirtió más en un líder simbólico y en un padre proverbial de la nación”.

Pero el conflicto histórico no solo lo suscita Bandera, que cuenta con calles y monumentos dedicados en varias ciudades de Ucrania —una de las principales avenidas de Kiev lleva su nombre—. Lugartenientes suyos, como Roman Shukhevich, que fue comandante del batallón de la Wehrmacht Nachtigall y que lideró las matanzas de polacos en Volinia, también han recibido reconocimientos por ley como héroes de Ucrania. Shukhevich incluso cuenta con un estadio de fútbol con su nombre, el de Ternópil.

Plokhy subraya que fueron unos pocos miles de miembros los que combatieron junto a los nazis. De hecho, los alemanes reprimieron duramente el nacionalismo ucranio a partir de 1942 para acabar con sus veleidades independentistas, y cientos fueron ejecutados. Colin Lebedev aporta un dato significativo: si 200.000 ucranios lucharon en las filas alemanas durante la II Guerra Mundial, cuatro millones lo hicieron en el Ejército soviético.

El estalinismo fue todavía peor para el nacionalismo ucranio y este vio en un primer momento al Tercer Reich como el mal menor para desembarazarse de la ocupación soviética. Luego, como indica Plokhy, los dos totalitarismos se convirtieron en su enemigo. “El relato de combate de la nación ucrania ha tendido a rehabilitar la OUN como fuerza política de liberación nacional”, corrobora Colin Lebedev. “Las acciones de la UPA han sido calificadas en la historia contemporánea ucrania como un combate contra dos fuerzas del mal equivalentes, el estalinismo y el nazismo. En esta narración, la alianza táctica con las fuerzas alemanas es ocultada y la implicación de los nacionalistas en la Shoah [término hebreo que hace referencia al Holocausto] y en los pogromos, silenciada”.

“La relación de Ucrania con el pasado continúa siendo una cuestión compleja”, dice Sands, que es descendiente de judíos de Lviv y que ha escrito profusamente sobre el tema: “He trabajado con muchos ucranios que reconocen del todo los horrores perpetrados por ucranios contra los judíos en Lviv y Zhovkva, pero que también admiten que no ha habido un reconocimiento nacional honesto, o una rendición de cuentas con este pasado”. Sands, como Finkel, opina que una razón para ello es que Ucrania es un Estado joven, su independencia se produjo hace tan solo 30 años, y con una herencia soviética que silenciaba los crímenes del pasado.

“Ucrania, como Rusia, tiene dificultades para desembarazarse del legado soviético, que expulsó la Shoah del espacio público”, escribe Colin Lebedev, y añade que el país liderado por Zelenski se enfrenta a un dilema imposible, “a conciliar lo irreconciliable, la responsabilidad en el Holocausto de aquellos que son al mismo tiempo héroes de la lucha nacional ucrania”.

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