Aportes de Marrio Ferretti en La Voz Dominicana

En Vida Musical en Santo Domingo, Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón dan cuenta de la llegada a Ciudad Trujillo, en enero de 1957, del bajo italiano Mario Ferretti, graduado de la Academia de Santa Cecilia, para «hacerse cargo de las clases de técnica vocal de los cantantes de La Voz Dominicana«. El complejo radio tele difusor mantuvo una academia de canto que antes dirigieran el barítono argentino Carlos Crespo, el tenor dramático italiano Eugenio Pasta, la soprano austriaca Dora Merten y tras la salida de Ferretti, los dominicanos Rafael Sánchez Cestero y Guarionex Aquino.

Los italianos realizaron en el país aportes notables al desarrollo de las artes cultas y populares, así como a las comunicaciones modernas. Decenas de músicos engrosaron las orquestas y conjuntos que operaron en La Voz Dominicana. En su Memorias, mi querido y admirado pariente Carlos Piantini consigna que en julio de 1947 llegó contratado un grupo integrado por Roberto Caggiano (director), Lorenzo Ticchioni (cornista), Silvana Samproni (violinista), Laura Cacciapuote (arpista), Sidney Gallesi (oboísta), Carlo Susi (violinista), Maria Luisa Faini (pianista).

Una figura clave sería el pianista Mario Carta, quien junto a Enrico Cagna Cabiati formaría un destacadísimo dueto en el teclado. Piantini, junto al violonchelista Ennio Orazi y al pianista español Pedro Lerma, constituiría el Trío Lerorpi.  Mientras el maestro Vito Castorina gravitaría en la conducción y los arreglos, Francesco Montelli, procedente de los estudios de la RAI, dirigiría el departamento de Grabaciones de LVD.

Durante su estancia en La Voz Dominicana, Ferretti contribuyó al montaje de importantes espectáculos artísticos que ampliaron el nivel de la oferta de esta formidable empresa de comunicación y difusión cultural, como lo fuera la ópera La Traviata de Giuseppe Verdi, la segunda tras la incursión en espectáculos de este género un año antes, el 1ro de agosto de 1956, con Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni.

La Traviata fue escenificada el 1ro de agosto de 1957, con la actuación estelar de Violeta Stephen (Violeta), Elenita Santos (Flora), Rafael Sánchez Cestero (Alfredo), Tony Curiel (Germont), Armando Recio (Gastón), Reynaldo Hidalgo (Doupbol), Luis Vásquez (Marqués), Constantino Castillo (Doctor Grenvil), Ana Beatriz Beato (Annina), Diógenes Román (Mayordomo) y otros cantantes criollos como Nicolás Casimiro, Joseíto Mateo, Luz Pichardo, Lita Sánchez. Contando el montaje con bailarinas como Blanca Russo.

En esa ocasión, Mario Ferretti dirigió el Coro de La Voz Dominicana, el maestro Vito Castorina condujo la Orquesta Sinfónica de planta, mientras el crítico Pedro René Contín Aybar tuvo a su cargo el montaje escénico y Freddy Miller la producción de televisión. Como consignan los referidos autores, junto a su connacional Castorina, Ferretti –quien se manejó “con gran propiedad en el difícil arte de las arias antiguas, así como en la interpretación de trozos de óperas italianas”- fue responsable de otros eventos dedicados al cultivo y divulgación del canto lírico. Tal el programa dedicado al 160 aniversario del natalicio de Donizetti, en el cual participaron las voces educadas de Stephen, Curiel, Recio, Hidalgo, Gerónimo Pellerano, Gladys Brens y Milley Rodríguez.

Aparte las referencias a la obra de esta pareja de historiadores de la cultura que ha aportado tanto al conocimiento de nuestro pasado con estudios enjundiosos, siempre escuché el nombre de Ferretti asociado a otras facetas de las comunicaciones. Supe por boca de mis primos Felo Haza del Castillo -quien fuera locutor en La Voz Dominicana– y Cuchito Álvarez -ligado a Radio Caribe y director de La Nación al final de la Era de Trujillo-, así como por testimonios del cordial Salomón Sanz y el historiador Euclides Gutiérrez –conocedores directos de la experiencia de Radio Caribe-, que Mario Ferretti fue un factor en la estructuración de este nuevo medio de comunicación de amplio alcance internacional.

Justamente fundado en la etapa más conflictiva y agónica de la existencia del régimen, cuando debió enfrentar el cerco interamericano impuesto por la OEA con las sanciones de agosto de 1960 en San José, Costa Rica, por el atentado en junio al presidente Betancourt de Venezuela. Antes, las críticas certeras de la Iglesia expresadas en la célebre Carta Pastoral del 25 de enero de 1960 y el creciente malestar de sectores juveniles y de clase media, revelado en el movimiento clandestino liderado por Manolo Tavárez Justo. Todo ello precedido por las expediciones libertarias de junio del 59, tras el triunfo revolucionario de Fidel Castro en Cuba.

Al igual que el polifacético y culto Santiago Lamela Geller –responsable del programa diario Il Nostro Obsservatore, No Romano, Sino Dominicano, destinado a atacar visceralmente la credibilidad de las autoridades eclesiásticas- y otros nombres asociados a esta empresa dotada con potente transmisor de 50 kilos, Ferretti fue libretista y productor de programas en Radio Caribe.

Nuestro personaje nació en Novi Ligure, Italia, en 1917, hijo del presidente del equipo de fútbol de su ciudad, coronado en 1922 en el 1er campeonato de la Copa Italia. En su infancia se vinculó con el ciclista Fausto Coppi, quien en 1949 devino pentacampeón del Giro de Italia, siendo Ferretti el narrador oficial de dicha proeza con frase impactante que hizo historia: «Un hombre está al mando, su camiseta es azul y blanca, su nombre es Fausto Coppi». Replicada en los titulares de los diarios, convirtiéndose en el principal comentarista deportivo de la RAI. En la que fue autor de textos para el teatro, guionista y director de revistas radiales, entrevistando a personalidades como el director de cine Federico Fellini.

Tras la invasión de los Aliados que controló el Sur de Italia durante la II Guerra Mundial y con la reinstalación de Mussolini por los alemanes al frente de un estado fascista en el Norte con sede en Milán, Mario Ferreti pasó a trabajar en Soldaten Radio, una emisora controlada por los nazis. Después de la Liberación de Italia debió “enfriarse”.

De vuelta a Roma reingresó como comentarista a la radio en 1949, de la mano de Vittorio Veltroni, jefe de editoriales de la RAI, quien le llamó para sustituir a un locutor durante el ya referido Giro de Italia de 1949. Ante objeciones por su filiación ideológica, su protector habría reivindicado la calidad de su trabajo: “pero es el mejor”.

En 1955 Ferretti habría conocido a la actriz de cine Doris Duranti, con más de 43 películas filmadas, de quien quedó prendado. Tal fue el impacto que le provocó este flechazo sentimental, que dio un giro radical en su vida, trasladándose ambos a América Latina. La pareja vivió en Ciudad Trujillo, donde abrió el restaurante Vecchia Roma. Al parecer, el perfil personal de estas celebridades no auspició una relación duradera en el nuevo medio de acogida. Las noticias sobre Ferretti refieren que desposó una dama dominicana, estableciéndose en Ciudad de Guatemala como periodista y comentarista radial y de televisión, alcanzando merecida fama. Allí habría fundado agencia de publicidad y restaurante. En 1977 fue ingresado en un hospital para realizarle una cirugía, de la cual nunca despertó.

Es evidente que al producirse el ajusticiamiento de Trujillo y entrar el régimen en proceso de disolución, personas vinculadas a determinados proyectos de la dictadura buscaran enrumbar hacia nuevos horizontes. Eran días difíciles y cualquiera que fuera sindicado podía sufrir persecución. Incluyendo los persecutores a las activas y temibles turbas armadas de palos y cadenas dedicadas a la cacería de personeros odiosos de la tiranía. A las que a veces se les descontrolaba la brújula en su acción vandálica, agrediendo indiscriminadamente a sujetos y establecimientos comerciales, ya inocentes de cargos o simplemente actores de menor cuantía en rango de responsabilidad.

En una nota publicada por Oscar Fajardo Gil en el blog Palabreando en Bicicleta («Mario Ferretti-Catedrático del Deporte») se refieren algunos relieves del accionar de Silvio Mario Ferretti Alvisi en Centroamérica. En Guatemala “fue jefe de la sección deportiva del diario La Tarde, desde 1970; jefe de redacción del semanario El Deportivo, a partir de 1975. En radio llegó a convertirse en toda una autoridad del comentario deportivo a través de radio Fabulosa, del grupo Emisoras Unidas, en las transmisiones deportivas y liderando el programa Catedráticos del Deporte. Eran los tiempos cuando lo que se decía a través de la radio tenía autoridad y sus comentarios más de alguna vez pusieron a temblar a los dirigentes del fútbol. También trabajó en canal 7 de televisión. Fue el creador original de La Cena de los Campeones, la cual ha mantenido vigente el periodista Gustavo Velásquez.”

Pero la relevancia que tiene Ferretti para quien estas notas escribe, fue la de haber traído a tierra dominicana a la gran Diva del cine italiano de los años 30 y 40, Doris Duranti, relanzada en los 50, quien falleció en Santo Domingo en 1995. Fue una verdadera obsesión en mi registro memorioso de muchacho.

La dama elegante, de bello rostro, tocada de sombrero. Sentada a la entrada de la Heladería Capri, vestida como pocas en Ciudad Trujillo, ubicada en una mesa destacada. Con guantes de raso y encaje o de fina seda china que siempre le acompañaban, signo de distinción. Todos comentaban sobre esta dama distante y reservada. «Ella fue en su país una gran artista» –se decía. Otros apuntaban: “Perdió parte de un dedo, por eso lleva guantes en público”. Su imagen, misteriosa para mí, un mozuelo sin mayor información, me persiguió por más de medio siglo. «Como esas cosas que nunca se logran», como reza sabihonda la letra del tango Cafetín de Buenos Aires.

Una llamada del entrañable Commander Efraím Castillo me disparó el resorte indagador. Gracias a ella pude develar el rostro de aquella bella dama, mi Diva italiana guardada por tanto tiempo en la memoria grata. Tocada por una redecilla negra trenzada de misterio.

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.

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