Erdogan sale ileso de la mala gestión del terremoto: “¿Quién nos va a construir las casas si no?”

“Esto no fue un terremoto”, rememora Mehmet sentado bajo una higuera que sirve para asegurar los plásticos de la tienda de campaña en que habitan su familia y la de su hermano: “Fue como el Día del Juicio Final”. “Cuando la trompeta sea soplada una primera vez y la tierra y las montañas sean elevadas y choquen unas contra otras…”, es uno de los versículos con los que el Corán describe el Apocalipsis, por lo que no es extraño que el final de los tiempos le viniera a la cabeza este hombre de mediana edad cuando la tierra comenzó a temblar la madrugada del pasado 6 de febrero en su pueblo de Sekeroba, a unos 25 kilómetros del epicentro del seísmo de magnitud 7,8 y en plena falla del este de Anatolia: “Las casas se movían de un lado a otro y de arriba a abajo”.

Su vivienda, por fortuna, se mantuvo en pie —aunque hoy es inhabitable—, pero en el exterior, entre las tinieblas, el panorama era dantesco: “Desde bajo la tierra surgían los alaridos, gritos de personas, que pedían ayuda”. Al disiparse la oscuridad, la gente del pueblo trajo una excavadora, y él, que es operador de maquinaria, empezó a retirar escombros: “Durante tres días saqué personas vivas, cadáveres, animales atrapados… Rescatamos a un anciano al que se le habían aplastado las piernas y lo mantuvimos con vida durante horas, pero murió porque no vino nadie a ayudar. Estuve trabajando tres días sin parar, pero, al tercero, se terminó la gasolina. Me dije que el Estado nos traería más, pero no vino nadie en dos semanas”. Y en esos días en que tardó en aparecer el Estado, las voces de los sepultados entre las ruinas de sus hogares fueron apagándose hasta extinguirse.

Se han cumplido tres meses desde el terremoto que mató a más de 50.000 personas únicamente en Turquía, aunque hay quienes creen que son muchos más porque no todas las víctimas han sido identificadas. Más de 2,7 millones de personas siguen desplazadas, y la mayoría vive en asentamientos provisionales. Muchos no saben qué será de su vida, pues, además de sus viviendas, han perdido los medios de subsistencia y dependen de la ayuda humanitaria parar cubrir sus necesidades.

En Sekeroba, de 8.000 habitantes, la mayoría vive en tiendas de campaña, aunque un mes antes de las elecciones se comenzaron a edificar dos campamentos de barracones donde ya han sido alojadas unas 200 familias. “Solo se los dan a los enchufados por el muhtar [alcalde de aldea]”, se queja la esposa de Mehmet: “Mi marido tiene insuficiencia pulmonar por un problema genético, y mi cuñado está con el pulmón trasplantado”.

Desde el cataclismo, la vida de Mehmet es una hilera de calamidades que harían replantearse sus convicciones, incluso al mismísimo santo Job. Su estado de salud se ha resentido por las semanas pasadas al raso a varios grados bajo cero, y ahora por el calor que soporta bajo los plásticos de la tienda de campaña. El doctor al que acude a las revisiones, en Adana, a 150 kilómetros de su pueblo, le ha recomendado ingresarlo, pero ahora no pueden porque en el hospital han aumentado los casos de tuberculosis y podría contagiarse. Y, como no le otorgan un barracón, decidió responder a un anunciante de Facebook que afirmaba venderlos: transfirió 25.000 liras (unos 1.200 euros), pero resultó ser una estafa. Cuando este periodista encuentra a Mehmet, acaba de regresar en su coche —un modelo de los años noventa, la única pertenencia que le queda, junto a algunos muebles rescatados de su vivienda— de poner la denuncia en la Gendarmería: “Como si no hubiera sido suficiente golpe el terremoto, ahora nos golpea nuestra propia gente. ¡Panda de oportunistas!”.

En Sekeroba la rabia hacia el Gobierno por la falta de ayuda es patente. El señor Arif ayuda a su tío a arreglar las acequias de su huerta, dañadas por el temblor. Tampoco tiene mucho más que hacer porque toda la maquinaria de la cantera donde trabajaba fue destruida: “No hay trabajo. Hay ayudas, pero nosotros no las vemos. No se reparte de forma justa”. Varios se quejan de eso y de que, cada vez que hay un reparto de tiendas de campaña, ropa o suministros, tienen que “pelearse” con los vecinos para conseguir algo.

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Sin embargo, cuando se les pregunta por su voto en las elecciones generales del próximo 14 de mayo, ninguno duda: votarán por el actual presidente, el islamista Recep Tayyip Erdogan. “No queda más remedio que votar a Tayyip. ¿Quién nos va a construir las casas si no? ¿Esos traidores de la oposición que van de la mano con los terroristas?”, opina Mehmet. El candidato de la oposición, el centroizquierdista Kemal Kiliçdaroglu, que saca una ligera ventaja a Erdogan en las encuestas, ha prometido no solamente completar la reconstrucción, sino entregar a los damnificados las nuevas viviendas de manera gratuita, algo que costaría al Estado una partida presupuestaria equivalente a un mínimo del 5% del PIB de Turquía. No obstante, es probable que ni Mehmet ni Arif hayan escuchado esa propuesta porque en varios kilómetros a la redonda únicamente hay carteles de propaganda del partido gobernante, el AKP, en los que promete una rápida reconstrucción: “La elección correcta: AKP”. “El hombre adecuado para el momento justo: Erdogan”. La mayoría de canales de televisión dedican buena parte de su programación a retransmitir los actos de Erdogan, y la oposición solamente aparece cuando tiene discusiones internas o en los propios discursos del presidente. En ellos, la acusa de querer excarcelar a terroristas, de imponer una agenda LGTI o de que los 300.000 millones de dólares en inversión extranjera que ha prometido atraer serán los de traficantes del hachís y la heroína.

Uno de los primeros actos de campaña de Erdogan ha sido la inauguración de las casas de Belpinar, una aldea cercana a Sekeroba, donde ya se han entregado 14 nuevos chalets de 120 metros cuadrados para los damnificados. “Nos dijeron que las terminarían para la Fiesta del Sacrificio [finales de junio], pero las han terminado mucho antes ¡Alabado sea Dios! Y son mucho mejores que las casas que teníamos antes”, se enorgullece el señor Demir. La entrada del nuevo pueblo es un arco con el logo de AFAD, la agencia estatal de gestión de emergencias. Pero, por la otra cara del arco, está colgado un cartel con un lema del AKP y la efigie de Erdogan, de manera que sea lo primero que vean los habitantes de las nuevas viviendas en cuanto pongan un pie en el porche. No vayan a olvidarse cuando acudan a las urnas.

El matrimonio Demir posa junto a su nuevo chalet, construido por el Gobierno turco para los damnificados del terremoto de la aldea de Belpinar (provinicia de Gaziantep), el miércoles 26 de abril.Andrés Mourenza

Las encuestas indican que, en la zona del terremoto, el partido de Erdogan perderá entre 4 y 10 puntos porcentuales de voto, pero aun así seguiría siendo la fuerza más votada, con bastante margen. En declaraciones al portal de noticias Bianet, Erman Bakirci, investigador de la empresa demoscópica Konda, explicó que si bien la intención de voto al AKP se redujo después del terremoto, luego se ha recuperado: “No es que nada haya cambiado, pero el cambio es muy moderado”.

“El voto a nuestro presidente es muy alto en esta provincia, más de 70 %, y creemos que volverá a ganar”, explica ufano el responsable de medios del AKP en Kahramanmaras, Sefa Ekmekçi, de 34 años y que lleva la mitad de su vida militando en el partido: “Está claro que el terremoto es algo nuevo y no tenemos con qué compararlo para saber cómo afectará al voto. Pero, allá adonde vamos, todos nos dicen lo mismo: ‘Si hay alguien que puede reconstruir es Erdogan’”.

En toda Turquía, y también en la provincia de Kahramanmaras, una de las más devastadas por el seísmo, hay, eso sí, una creciente diferencia generacional. “Antes siempre voté a Erdogan, pensaba que este hombre lo podía hacer todo, que no había alternativa. Ya no”, explica Volkan, un joven de 28 años que perdió el apartamento al que se había mudado el año pasado, nada más casarse. También su empleo, pues la fábrica en que trabajaba quedó destruida. Ahora vive, con su mujer embarazada de ocho meses, en una tienda junto a la casa de sus padres, porque los alquileres en los edificios que han quedado en pie se han multiplicado por cuatro o por cinco. “A mis padres no les he podido convencer de cambiar el voto. Mi madre no sabe leer ni escribir, ella votará a la bombilla [el símbolo del partido de Erdogan]”.

La campaña del principal partido opositor, el centroizquierdista CHP, se dirige desde unos barracones en un solar vacío, pues sus sedes en Kahramanmaras quedaron destruidas. Unal Ates, jefe de distrito del partido, afirma que, en esta zona extremadamente conservadora, ahora tienen más facilidades para hacer propaganda política, ya que la gente no les ataca tanto y está más dispuesta a escucharles, aunque muchos les siguen preguntando por qué están en contra de la religión y a favor de los terroristas (el discurso que emite el campo gubernamental). Con todo, el cálculo más optimista del CHP en Kahramanmaras prevé que dos de los ocho diputados que se reparten en la provincia pasen al bloque opositor (actualmente, los partidos que apoyan a Erdogan tienen siete escaños). “Cualquier otro partido que hubiera hecho esta mala gestión del terremoto sería borrado de la política”, opina Ates: “Sin embargo, hay muchísima gente que ha establecido un lazo emocional tan fuerte con Erdogan que, pese al enfado con el Gobierno, busca excusas para seguir votándolo”.

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