China vive el aniversario de la matanza de Tiananmén entre olvido y silencio

“Olvido y silencio”, resume una fuente diplomática europea radicada en Pekín. 34 años después de la matanza de Tiananmén, esas dos palabras son las que definen el ánimo ante el aniversario de la sangrienta represión del 4 de junio de 1989 contra unos manifestantes pacíficos que llevaban semanas en la plaza de Tiananmén reclamando reformas políticas al Gobierno chino.

Ya en los últimos años ni siquiera ha habido convocatoria oficial en Hong Kong. La isla, devuelta por el Reino Unido a China en 1997, fue durante décadas el único reducto en la República Popular donde se organizaban anualmente multitudinarias vigilias en recuerdo de las víctimas de las protestas estudiantiles de 1989. Pero el cerco cada vez más estrecho a las libertades en la excolonia británica, donde rige desde 2020 una dura Ley de Seguridad Nacional, ha apuntalado otro año de desmemoria: la línea oficial del Gobierno chino.

La fecha se ha vivido en Hong Kong con un fuerte despliegue policial en puntos sensibles. Al menos seis personas han sido detenidas este domingo, entre ellas una conocida figura de las revueltas prodemocráticas de Hong Kong, la artista Alexandra Wong, ha informado AFP. Otras ocho fueron detenidas el sábado, entre ellas Sanmu Chan, que gritó: “No olvidéis el 4 de junio. Hongkoneses, no tengáis miedo”, al ser llevado por la policía, según recoge Reuters. En el parque Victoria, donde se solían desarrollar las vigilias, ha reinado el silencio: este año, grupos pro-Pekín han sido autorizados a organizar una feria de productos tradicionales.

El responsable de seguridad de Hong Kong, Chris Tang Ping-keung, advirtió a principios de semana que no se tolerarían actos en honor de un hecho que no quiso nombrar: “En los próximos días llegará una ocasión muy especial. Mucha gente podría querer aprovechar esta ocasión especial para hacer cosas que podrían amenazar la seguridad nacional, como promover la independencia de Hong Kong o tratar de subvertir el poder del Estado”, dijo, según recogió el diario South China Morning Post. “Me gustaría decir a estas personas: si intentan tales actos, tomaremos medidas decididas, les detendremos y les acusaremos si hay pruebas suficientes”.

Cuando llega la fecha señalada, Pekín suele además llevarse lejos de la capital a conocidos disidentes. Gao Yu, una veterana periodista encarcelada en varias ocasiones —entre ellas, tras las protestas de 1989—, simplemente se excusa por estar fuera de viaje de Pekín y responde a través de mensajes de audio. Gao, de 79 años, cree que es necesario seguir conmemorando aquel 4 de junio para tener presentes las “aspiraciones democráticas de un pueblo” y no olvidar “el uso sangriento del ejército por parte del Partido Comunista chino para reprimir al pueblo a punta de pistola”.

Ausencia de voces críticas

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Gao lamenta también las crecientes ausencias de voces críticas que se extinguen con el paso de las décadas. Como la de Bao Tong, fallecido en noviembre a los 90 años, el funcionario chino de más alto rango encarcelado por las protestas prodemocráticas de 1989. Bao, de corte reformista, era miembro del Comité Central, uno de los máximos órganos de poder del partido, y mano derecha de Zhao Ziyang, que ejercía como secretario general del partido durante las manifestaciones.

“Bao Tong estaba en contra de la represión violenta, y defendía, al igual que Zhao Ziyang, que la cuestión del movimiento escolar se resolviera por la vía de la democracia y el Estado de derecho; que no lo resolviera el ejército”, afirma la periodista. Tras salir de prisión, Bao pasó el resto de su vida bajo la lupa de las autoridades, convertido en un activista a favor de la reforma. Su funeral contó con un fuerte dispositivo de seguridad para evitar que se transformara en un acto reivindicativo.

En China, lo que pasó en Tiananmén no existe ni se habla más que en la intimidad de algunos hogares. Si uno escribe “protesta de Tiananmén” en el buscador de Microsoft dentro del país, donde internet está censurada (Google ni siquiera está disponible), el primer resultado remite a la patriótica ceremonia de izado de la bandera china en la plaza, que se celebra cada amanecer frente al famoso retrato de Mao Zedong; el segundo resultado lleva a la masacre de Nanjing, perpetrada entre 1937 y 1938 por los japoneses contra los chinos durante la guerra sinojaponesa. Y así sucesivamente, pero sin que haya algún resultado sobre la matanza de Tiananmén.

Frente a este olvido voluntario, el reciente libro Assignment China (algo así como Encargo China o Misión en China), supone un recordatorio de uno de los principales objetivos del periodismo: contar lo que pasa en la calle y que nadie borre las huellas. El volumen, escrito por Mike Chinoy —durante años, corresponsal de CNN en Pekín—, recoge testimonios de decenas de reporteros estadounidenses que han trabajado en el gigante asiático desde 1945. Las voces se intercalan conformando un friso oral de lo que supone ejercer como periodista en el país. Varios capítulos están dedicados a aquella primavera de 1989.

“Con las enormes protestas prodemocráticas de la plaza de Tiananmén y otros lugares, 1989 se convirtió en un momento decisivo no solo en la historia de China, sino en la historia de la cobertura informativa sobre China”, contaba Chinoy a finales de abril durante un encuentro en línea con corresponsales extranjeros. Las manifestaciones tuvieron una cobertura extraordinaria y a menudo en directo, algo bastante novedoso entonces.

Esos días, en la capital china había numerosos medios extranjeros. Habían contado con la autorización de Pekín para reforzar sus equipos con el fin de cubrir una histórica visita del líder soviético, Mijaíl Gorbachov. Su viaje despertaba mucho interés, iba a suponer la recuperación de las relaciones con la Unión Soviética tras años de tensión. Pero las protestas ensombrecieron los actos oficiales e hicieron saltar por los aires la agenda informativa. Las cámaras estaban en la plaza, pero el foco enseguida se volvió otro.

Primero hubo una explosión de sentimiento prodemocrático con el que a la mayoría de reporteros estadounidenses citados en el libro les era difícil no simpatizar, según reconocen varios entrevistados. Trabaron amistad con los estudiantes; parecía que aquello solo podía acabar con el triunfo de las demandas estudiantiles. Luego comenzaron a temerse lo peor. Se les revocan los permisos para realizar directos. Se impone la Ley marcial. Descubren filas de tanques aguardando a las afueras de Pekín. Y la noche del 3 al 4 de junio se vieron a sí mismos haciendo lo que se supone que cualquier persona no ha de hacer: “Sigo pensando que este es un trabajo de locos”, confiesa Nicholas Kristof, del New York Times. “Cuando hay disparos, todo el mundo en su sano juicio va en la otra dirección, y tú vas hacia allá”.

Han llegado los tanques, silban las balas de las AK-47, vuelan cócteles molotov, zumban las ambulancias. Hay sangre y muertos y heridos y caos. “Todo iba como a cámara lenta. Era casi como una escena de Apocalypse Now”, recuerda Jeff Widener, fotógrafo de AP, que abandona Tiananmén en bicicleta con el carrete lleno y un golpe en la cabeza.

En el libro están las dudas sobre el recuento de muertos (una cifra aún no aclarada, que baila entre los centenares y los miles); el reconocimiento de errores profesionales —como dar alas al rumor de que había fisuras en el ejército chino—. Y como colofón narra la captura de las famosas imágenes del hombre frente al tanque que dieron la vuelta al mundo, que tomó el citado Widener. Tras recibir el golpe, el reportero subió a una habitación del Hotel Beijing. Desde la terraza vio aparecer las columnas de vehículos armados avanzando por la avenida Chang’An, luego se percató de esa persona diminuta gesticulando con bolsas en la mano. “Estoy esperando a que lo disparen, manteniendo el foco sobre él, esperando y esperando. Está demasiado lejos”, recuerda. Mira hacia la cama, donde tiene una lente que le permitiría duplicar la capacidad de su objetivo. Pero sabe que es jugársela, que puede perder la oportunidad. “Así que me arriesgué. Corrí a la cama, lo cogí, lo armé en la cámara, abrí del todo la apertura [del diafragma]. Un, dos, tres, disparos”. Aquella imagen es hoy un icono contra el olvido. Pero en las redes chinas está censurada.

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