El príncipe Enrique lanza su batalla judicial contra los tabloides: “La prensa ha sido hostil conmigo desde que nací”

Enrique de Inglaterra (38 años) ha decidido finalmente saldar cuentas con la prensa sensacionalista —los tabloides británicos—, a la que considera desde hace años su principal enemiga, la causa de todos sus males y la razón última de la muerte de su madre, Lady Di. “¿Cuánta sangre más deberán manchar esos dedos que teclean antes de que alguien ponga fin a esta locura?”, ha clamado el hijo de Carlos III en una declaración de testigo de 55 páginas sometida al juez y previa a la vista oral celebrada este martes, aunque su contenido se ha revelado al comienzo de la sesión.

El documento constituye la base sobre la que el duque de Sussex, junto a otros tres demandantes (los actores Nikki Sanderson y Michael Turner, junto a Fiona Wightman, exesposa del cómico Paul Whitehouse), ha decidido combatir en un tribunal civil a MGN, el grupo editorial propietario del Daily Mirror, al que acusa de haber obtenido información sobre su vida privada de modo ilegal durante años. Fundamentalmente, acusa el príncipe, a través de pinchazos telefónicos y el pirateo de sus dispositivos móviles. A la causa, sin embargo, se han adscrito hasta 100 demandantes, entre los que están los cantantes Cheryl Cole, los herederos del fallecido George Michael o el futbolista Ian Wright.

Enrique de Inglaterra ha querido sentar un precedente, y saltarse la norma no escrita de la familia real británica: No explain, no complain (ni dar explicaciones ni quejarse). Por primera vez en 130 años, un miembro de los Windsor ha decidido sentarse en el estrado de un tribunal para saldar cuentas (en 1890, el entonces príncipe Eduardo tuvo que declarar en un juicio por difamación derivado de una partida de cartas).

“Fue desde el principio una espiral descendente, en la que los tabloides intentaban constantemente ponerme trampas y presentarme como un joven problemático, hasta que lograban que hiciera algo estúpido que diera para escribir una buena historia y vender muchos ejemplares”, escribe el príncipe Enrique. “Cuando miro atrás, entiendo que fue un comportamiento absolutamente malvado”, concluye. “La prensa ha sido hostil conmigo desde que nací”, resume, en un texto que contiene la misma acumulación de rencores, traumas infantiles y cuentas pendientes que el segundo hijo de Carlos de Inglaterra y Lady Di ya había anticipado en autobiografía Spare (En la Sombra, Ed. Plaza & Janés).

El problema, como han anticipado muchos expertos, reside en que Enrique no ventila ya sus rencores en una serie de Netflix o en una entrevista con la presentadora estadounidense Oprah Winfrey, sino en un tribunal británico que va a imponer sobre el duque de Sussex la carga de la prueba.

El momento del interrogatorio

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Aproximadamente a las 10.00 de este martes (11.00, horario peninsular español), el príncipe Enrique descendía con suavidad y una leve sonrisa del todoterreno Range Rover que le había transportado hasta Rolls Buildings, el complejo de tribunales situado en la City de Londres (el centro financiero y jurídico de la metrópoli) donde el Alto Tribunal de Inglaterra y Gales celebra la vista del caso. Cámaras y reporteros de todo el mundo esperaban su llegada. Media hora más tarde, el duque de Sussex se sentaba en el estrado de los testigos para someterse al interrogatorio del abogado que defiende los intereses de MGN, Andrew Green. “Un oponente al que temer, con un estilo en sala agresivo y punzante (…). Inflexible e incansable, especialmente cómodo durante los interrogatorios y con una gran habilidad para encauzar a los jueces revoltosos”, define a Green la página web The Legal 500, la principal guía británica de abogados y juristas.

El duque de Sussex ya había marcado un precedente peligroso el día anterior. Recién llegado de California, donde vive con su esposa, Meghan Markle, tanto él como sus abogados decidieron que no era necesaria su presencia en sala en el día en que comenzaba el juicio, porque la jornada se iba a consumir con las alegaciones preliminares de ambas partes. Timothy Fancourt, el juez encargado de dirigir el proceso, no pudo evitar cierta frustración y sorpresa al ver que habían decidido por él el ritmo de la vista. “Nunca es bueno hacer esperar a un juez, aunque no creo que se traduzca en algún tipo de penalización. Pero irritar al magistrado pone de algún modo a la defensiva al príncipe Enrique”, anticipaba Joshua Rozenberg, abogado y analista jurídico para los medios en la BBC.

El tono suave y las maneras tranquilas del príncipe se iban descomponiendo a medida que el abogado Green analizaba cada uno de los 33 artículos de prensa que el equipo jurídico de Enrique de Inglaterra ha decidido presentar como pruebas: las visitas de su madre Lady Di a Eton, el colegio de élite donde estudiaban Enrique y su hermano Guillermo; el encuentro del príncipe con amigos en un pub de Londres para almorzar un domingo; el día en que se rompió un dedo o la gala del 100º cumpleaños de la reina madre, su bisabuela Isabel, a la que ni él ni su hermano asistieron porque optaron por irse a hacer senderismo.

Si Enrique pretendía, con los detalles revelados en cada una de esas historias, reforzar las sospechas de que los periodistas obtuvieron un acceso ilegal a sus conversaciones y planes privados, el abogado Green acorralaba al príncipe con su constante exigencia de pruebas concretas. El príncipe obtuvo su primer teléfono móvil en 1998, señalaba el abogado, mientras que la primera de las historias que ha presentado como prueba del espionaje había ocurrido en 1996. Otros de los artículos periodísticos aportados por el equipo jurídico del duque de Sussex se limitaban a replicar historias que la competencia —sobre todo el Daily Mirror— ya había contado días antes, ha insistido Green. Pero, sobre todo, la principal línea argumental del abogado, que desde el principio de su intervención ha expresado a Enrique su solidaridad por “una vida constantemente sometida a la intrusión de la prensa”, era muy simple: estar harto del constante acoso de los medios y de la invasión de su privacidad no demuestra que se hayan usado métodos ilegales para obtener la información.

“¿Cómo es posible que alguien supiera que yo estaba en ese pub en concreto, en esa fecha y hora concreta, para poder tomar fotos mías?”, se preguntaba Enrique en su declaración escrita sobre el episodio del local del barrio de Chelsea, en Londres, donde el príncipe había celebrado con amigos su 16º cumpleaños.

―”¿Se obtuvo esa información con el hackeo del móvil?”, preguntaba el abogado Green.

―”Tendrá que hacer esa pregunta al periodista”, contestaba desafiante el príncipe.

―”¿Entonces, no es esa su acusación?”, replicaba ágil el letrado.

―”Sí lo es”.

―”¿Sobre qué base?”.

―”No creo que mi trabajo como testigo sea construir el artículo o determinar qué informaciones se obtuvieron de un modo ilegal y cuáles no. Eso es trabajo de los periodistas”, replicaba un príncipe acorralado.

Solo en un momento del interrogatorio ha sido capaz Enrique de Inglaterra de descolocar al abogado Green, al comentar la noticia sobre su viaje a una pequeña isla de la costa de Mozambique en 2004, para conocer al padre de su entonces novia, Chelsy Davy. La información publicada en el Mirror incluía los detalles de los vuelos: “Me es imposible entender cómo se obtuvieron esos detalles. Mis planes de viaje, incluyendo fechas de vuelo, nunca se hacen públicos por el palacio de Buckingham, por motivos de seguridad. Y sin embargo se publicó hasta mi fecha de regreso al Reino Unido días antes”, explicaba el príncipe. Un paréntesis en el duro interrogatorio por el que se podía vislumbrar que, a pesar de lo difícil que resulte probarlo, algo huele mal en las prácticas de determinada prensa británica.

En su desafío de tierra quemada contra las instituciones británicas, Enrique se ha decidido incluso a atacar al actual Gobierno: “A nivel nacional, en estos momentos, nuestro país está siendo juzgado globalmente por el estado de su prensa y de su Gobierno: y creo que los dos han tocado fondo”, ha escrito el príncipe en la declaración entregada al juez.

El juicio contra los propietarios del Daily Mirror —el primero de una serie de tres procesos del duque de Sussex contra la prensa sensacionalista británica— puede sentar un importante precedente a la hora de calcular el montante de la compensación exigida a los tabloides por años de malas prácticas. Pero puede tener el efecto contrario, en el caso de que Enrique de Inglaterra sea incapaz de concretar con pruebas en un tribunal sus rencores acumulados durante años.

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