Cuatro niños y un adulto, gravemente heridos al ser apuñalados en un parque en el este de Francia

Hay lugares en los que parece que nunca pasa nada o al menos nada malo. Annecy, una próspera ciudad encajonada entre las cumbres de la Alta Saboya, es uno de estos lugares. Y Le Pâquier, el parque de praderas y árboles al borde del lago, es un remanso de paz y bienestar en este rincón de los Alpes franceses.

Al grito de “en nombre de Jesucristo” y armado con un pequeño cuchillo, un hombre irrumpió este jueves por la mañana en Le Pâquier y todo estalló en un delirio de sangre y horror. Empezó a acuchillar a bebés y niños de corta edad que jugaban en una zona de juegos infantiles donde las madres y cuidadoras suelen venir a esa hora. Eran las 9.45. Lucía el sol, los deportistas corrían al borde del lago, era un día de verano anticipado.

Al atardecer, había caído un velo gris sobre la ciudad de 125.000 habitantes. Las otras zonas de juego en el centro estaban vacías. El viejo tiovivo de 1960 estaba cerrado. La gente, algunos habituales del parque, se acercaba al lugar de los hechos, conversaba, dejaba unas flores, un mensaje. “He llorado, he llorado”, contaba, junto al campo de juegos plagado de cámaras y periodistas, Sanae, una mujer de 21 años con la cabeza cubierta con un pañuelo y con un cochecito en el que llevaba a Wassim, su hijo de nueve meses. ”Si en Annecy no podemos estar seguros, no podemos en ningún lugar”.

Después de dejar malheridos a cuatro niños y un adulto, el hombre abandonó el lugar. Primero, caminando. Después, cuando vio que algunos viandantes lo perseguían, aceleró el paso. Unos cinco minutos más tarde, la policía dio con él mientras estaba apuñalando a otro adulto. Los agentes dispararon e hirieron fortuitamente a la persona atacada. Los cuatro niños, de entre 22 meses y tres años, y un adulto se encuentran en “estado de urgencia absoluta”, según la fiscal de la República, Line Bonnet-Mathis.

El agresor fue detenido y ha sido identificado como un refugiado sirio de 32 años. Llevaba unos meses en Francia después de pasar cerca de una década en Suecia, donde obtuvo los papeles que le permitían circular por el territorio europeo. Se declaraba como “cristiano de Siria”. En el momento del ataque, llevaba unas estampas de la Virgen María y de Jesucristo. Las autoridades descartan por ahora motivos terroristas: el hombre no tenía antecedentes policiales ni psiquiátricos. Se le investiga por tentativa de asesinato. El espanto que provocó el ataque ―en Annecy, en Francia y más allá de sus fronteras― se explica por la edad de las víctimas y la crueldad del acto. Algunas eran bebés, las llevaban en carrito; otras apenas sí caminaban. En Francia, golpeada por atentados en la última década, algunos con cuchillo, lo que primero acude a la mente de muchos, ante sucesos como este, es el terrorismo, pero enseguida quedó claro que esto era distinto.

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“He tenido miedo esta mañana “, confiesa Makram, un francolibanés de 44 años que se acercó al parque con sus hijos de nueve y once años para depositar una flor. Este chófer-repartidor repite lo que dicen todos en Annecy: “¡Esto en Annecy! ¡Precisamente en Annecy! Tienes la impresión de que ya no estás seguro en ningún lugar”.

La información sobre el atacante se fue conociendo con cuentagotas a lo largo del día. Había estado casado con una mujer en Suecia, tiene una hija precisamente de tres años, vivía en Francia sin domicilio fijo, frecuentaba desde hacía unas semanas el parque, donde saludaba a los habituales con un: “Buenos días”. Poco más. Según la fiscal de la República en Annecy Line Bonnet-Mathis, el atacante no había consumido alcohol ni estupefacientes, y carecía de cómplice. En Suecia logró el estatus de refugiado, por lo que disponía de papeles para moverse por el territorio europeo. También había presentado una petición de asilo en Francia, pero esta quedó archivada al haber obtenido una respuesta positiva de las autoridades suecas.

El autor del ataque en Annecy, en los Alpes franceses.

En un vídeo que ha circulado por las redes sociales, se ve a un hombre barbudo, con gafas de sol, un pañuelo cubriéndole el cabello y un cuchillo en la mano derecha, atacando aleatoriamente a niños o bebés en sus carritos y a las mujeres que los cuidaban. El presidente de la República, Emmanuel Macron, ha escrito en la red social Twitter: “Ataque de una cobardía absoluta esta mañana en un parque de Annecy. Varios niños y un adulto están entre la vida y la muerte. La Nación está conmocionada. Nuestro pensamiento los acompaña, así como a sus familias y a los equipos de socorro movilizados”.

Las primeras noticias del ataque han coincidido con un tenso debate en la Asamblea Nacional, en París, sobre la reforma de las pensiones. La presidenta de la Cámara, Yaël Braun-Pivet, ha interrumpido la sesión para guardar un minuto de silencio. Pero no ha habido tregua política. La oposición ha acusado a la jefa de la mayoría macronista, Aurore Bergé, de “instrumentalizar” el ataque al lamentar que en la Asamblea continuase el debate sobre una propuesta para derogar la ley mientras “el espanto” recorría el país.

El presidente del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional, Jordan Bardella, ha afirmado en Twitter: “Después del drama de Annecy, hay que cuestionar toda nuestra política migratoria y un cierto número de reglas europeas. Debemos dotarnos de todos los medios para actuar y retomar el control de una situación que escapa al Gobierno”. La primera ministra Borne, en Annecy, ha dicho: “La investigación permitirá precisar la trayectoria y el perfil del asaltante. Pero hoy es el tiempo de la emoción”.

Cuando caía la noche, junto al parque donde ha ocurrido el suceso, había más periodistas que habitantes de Annecy. La zona de juegos ya no estaba acordonada. Sanae, la mujer que llevaba en un carrito a su hijo de nueve meses, pensaba que le habría podido ocurrir a ella, Por fortuna, dice, nunca viene por la mañana. Sí acude su hermana, pero este jueves no fue: “Tuvo un presentimiento”, afirma.

Un ciclista hace un alto y lamenta que no se haya sellado el parque, donde unos niños están jugando en los columpios. Se llama Guy, tiene 60 años, va equipado como un profesional. “Dígale a sus hijos que no jueguen”, le pide al padre de los niños. “Esto debería ser un santuario”. Hace solo unas horas que aquí un hombre acuchillaba bebés, pero empieza a plantearse, como en tantos escenarios de crímenes, si en el futuro deberá volver a sus funciones cotidianas o ser un espacio de memoria. Posiblemente, dependerá de si los heridos sobreviven.

Entre las flores alguien ha dejado un mensaje para ellos escrito a mano: “Niños, yo no os conozco. En esta hora estáis luchando. Apuesto por vosotros y vuestra valentía. El amor es. El horror pasa. ¡Brillad!”.

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